“Instrúyanse, porque necesitaremos toda nuestra inteligencia. Conmuévanse porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitaremos toda nuestra fuerza.” A.Gramsci.

Vigencia de la concepción de Marx sobre la Revolución

martes, 29 de diciembre de 2009


Vigencia de la concepción de Marx sobre la Revolución
Roberto Regalado Álvarez. Funcionario del Comité Central del PCC.
 

Una premisa fundamental del marxismo es que la agudización de las contradicciones del capitalismo crea las condiciones para la revolución que habrá de derrotarlo y abrir paso a una sociedad basada en la abolición de la propiedad privada.1 Rosa Luxemburgo plantearía la cuestión en términos de "socialismo o barbarie". Sin embargo, a raíz de la desaparición de la Unión Soviética considerada durante décadas como la principal depositaria de esa tradición y del recrudecimiento del intervensionismo imperialista, ganó terreno el criterio de que el camino de la revolución se cerró, o que en realidad nunca existió. Desde entonces la izquierda debate sobre la "construcción de alternativas populares", frase acuñada cuya ambigüedad refleja las incertidumbres y divergencias existentes en torno al horizonte estratégico de la lucha de los pueblos. En virtud de ese debate, cabe preguntarnos si fue o no acertada y si mantiene o no su vigencia la concepción de Marx sobre la revolución.
A partir del análisis de la situación del mundo de mediados del siglo XIX, Marx y Engels estimaron que la revolución comunista sería protagonizada por el proletariado de los países industrializados de Europa. No obstante, también identificaron a la aristocracia obrera, "contenta con forjar ella misma las cadenas de oro con las que le arrastra a remolque la burguesía"2, como un producto social del desarrollo capitalista que conspiraba contra la unidad y combatividad de la clase obrera. Años más tarde, Engels analizaba cómo el desarrollo de Europa Occidental operaba contra la lucha violenta y a favor de la acción parlamentaria de la clase obrera.3 Aún más, en el "Prefacio" a la segunda edición rusa de 1882 del Manifiesto del Partido Comunista, se refería a la posibilidad de que la "propiedad común de la tierra en Rusia" pudiera "servir de punto de partida para el desarrollo comunista [...] si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en occidente, de modo que ambas se completen"4 sobre esta base, Lenin condujo al Partido Bolchevique a romper "el eslabón más débil de la cadena", convencido de que ese sería un anticipo de la revolución mundial que tendría su epicentro en Alemania.
Escapa a los propósitos de estas líneas analizar los factores que conspiraron contra la revolución alemana. Tampoco es posible hablar aquí de las contribuciones realizadas por Gramsci sobre la construcción de hegemonía como base para la revolución social en las condiciones del capitalismo desarrollado. Lo cierto es que la naciente Unión Soviética debió aferrarse al "socialismo en un solo país" y que el desarrollo de las fuerzas productivas del capital, sentó las bases para la extensión a toda Europa occidental de una "aristocracia obrera", cuya expresión política era el reformismo socialdemócrata.
Como desenlace de la Segunda Guerra Mundial, los países de Europa oriental liberados de la Alemania nazi por el Ejército Rojo pasaron, junto a la URSS, a integrar el naciente campo socialista.5 En las condiciones de la posguerra era lógico que el eslabón más débil de la cadena se desplazara hacia el mundo subdesarrollado y no hacia Europa occidental y América del Norte. Pero, en esas naciones no se daban las condiciones "clásicas" para el triunfo del socialismo. A pesar de ello, la liberación de China, Corea, Vietnam y Cuba condujo a la creación de nuevos estados socialistas. Aunque no todos los "eslabones más débiles de la cadena" se quebraron a favor del socialismo, en general, las luchas anticolonialistas y de liberación nacional contribuyeron a la erosión del poder imperialista. En ese sentido, tanto la lucha no violenta que condujo a la independencia de la India como la lucha armada de las colonias portuguesas fueron rupturas revolucionarias del statu quo.
En el preciso momento en que al imperialismo le urgía ampliar sus fuentes de acumulación externa, se conformaba un escenario internacional al que sumaban como actores independientes las repúblicas surgidas de la descolonización. La crisis de los años setenta colocó a los círculos de poder de Estados Unidos ante la disyuntiva de aceptar la erosión de la supremacía imperialista o reafirmarla mediante la violencia. La elección de Ronald Reagan en 1980 representó el triunfo de las corrientes que propugnaban la fuerza para compensar la erosión de su poder. Los resultados son conocidos: la agudización de las contradicciones internas en la URSS y el resto de los estados socialistas de Europa que condujeron a la desaparición de la Comunidad Socialista; la implantación del llamado Nuevo Orden Mundial; la lucha de China, Corea, Vietnam y Cuba por avanzar en la construcción socialista en las difíciles condiciones del mundo unipolar y la búsqueda de nuevas formas para continuar la lucha popular en la era neoliberal. No cabe duda de que el imperialismo hace cuanto está a su alcance para crear un sistema de dominación basado, no solo en la contrarrevolución, sino también en la contrarreforma. La cuestión es por cuánto tiempo podrá mantenerlo...
A diferencia de la imagen que pretende inculcarnos, el capitalismo no ha encontrado ni podrá encontrar un "conjuro" para la agudización de sus contradicciones antagónicas. Por el contrario, el aumento sin precedentes de la especulación financiera, la marginación social, la destrucción medioambiental, las guerras y demás conductas autofágicas, revelan su senilidad. De ello se deriva que el fortalecimiento de ciertos eslabones de la cadena de dominación y subordinación imperialista mundial de los cuales se ufana, provoca el estallido de nuevas y más graves contradicciones en otros eslabones de la misma cadena.
Aún no están a nuestra disposición todos los datos de la realidad histórico-concreta que nos permitirán saldar el debate sobre "la construcción de las alternativas populares", pero sí podemos estar seguros de que: 1) más temprano que la crisis estructural del capitalismo nos proporcionará esos datos; 2) esas alternativas tendrán que inscribirse en las páginas de la revolución, aunque hoy la izquierda tenga que luchar en el terreno de la reforma frente a la contrarreforma, y 3) será inevitable ejercer algún tipo de violencia revolucionaria.
No cabe duda de que el "viejo topo de la historia" le dará la razón a Marx.

__________
1 C. Marx y F. Engels: El Manifiesto del Partido Comunista. Prefacio de F. Engels a la edición alemana de 1883. Obras escogidas en tres tomos. Ed. Progreso. Moscú, 1972, t. 1, pp. 102-103.


2 C. Marx: Trabajo asalariado y capital. Ob. Cit., pp.169-171.
3 Ver F.Engels: Introducción a la edición de Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Ob. Cit., pp. 190-207.
4 C. Marx y F. Engels: El Manifiesto del Partido Comunista prefacio a la segunda edición rusa de 1882. Ob. Cit., pp. 101-102.
5 Huelga decir que la edificación de las llamadas democracias populares europeas no fue el resultados de las luchas nacionales a favor del socialismo, con la excepción de Yugoslavia. No obstante, dadas las circunstancias, también huelga cuestionar que la potencia militar triunfante en el oriente de Europa impusiera allí su sistema social, de la misma manera que las potencias militares triunfantes en el occidente del Viejo Continente reafirmaron el suyo, incluso en aquellos países en los que los partidos comunistas tenían fuerzas considerables y habían desarrollado un papel fundamental en la resistencia antifascista.


Marzo/2005

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Video : Discurso pronunciado por Hugo Chávez Frías, presidente de la República Bolivariana de Venezuela, en la Cumbre Climática de las Naciones Unidas, en Copenhague,

martes, 22 de diciembre de 2009




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En todas partes donde estuvieron los internacionalistas fueron ejemplo de respeto

martes, 8 de diciembre de 2009


En todas partes donde estuvieron los internacionalistas cubanos fueron ejemplo de respeto a la dignidad y la soberanía del país. La confianza ganada en el corazón de esos pueblos no es casual, fue fruto de su intachable conducta. Por ello, en todas partes quedó el recuerdo de nuestro ejemplar desinterés y altruismo.
Un destacado dirigente africano expresó un día en una reunión de líderes de la región: "Los combatientes cubanos están dispuestos a sacrificar sus vidas por la liberación de nuestros países y, a cambio de esa ayuda a nuestra libertad y el progreso de nuestra población, lo único que se llevarán de nosotros son los combatientes que cayeron luchando por la libertad." Un continente que conoció siglos de explotación y saqueo, supo apreciar en toda su magnitud el desinterés de nuestro gesto internacionalista.
Fidel, el 7 de diciembre de 1989

Fragmentos del discurso de Fidel en el Acto de despedida de duelo a internacionalistas caídos durante el cumplimiento de honrosas misiones militares y civiles, efectuado el 7 de diciembre de 1989.

En Cuba, Revolución, socialismo e independencia nacional, están indisolublemente unidos.

A la Revolución y al socialismo, debemos hoy todo lo que somos. Si a Cuba regresara alguna vez el capitalismo, nuestra independencia y soberanía desaparecerían para siempre, seríamos una prolongación de Miami, un simple apéndice del imperio yanki, el cumplimiento de aquella repugnante profecía de un presidente de Estados Unidos en el siglo pasado cuando pensaban anexar nuestra isla y dijo que esta caería en manos de ese país como una fruta madura. Para impedirlo hoy, mañana y siempre, habrá todo un pueblo dispuesto a morir. De nuevo cabe repetir aquí ante su propia tumba la frase inmortal de Maceo: "quien intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha".

Los comunistas cubanos y los millones de combatientes revolucionarios que integran las filas de nuestro heroico y combativo pueblo, sabremos cumplir el papel que nos asigne la historia, no solo como primer Estado socialista en el hemisferio occidental, sino también como inclaudicables defensores en primera línea de la noble causa de los humildes y explotados de este mundo.

Nunca hemos aspirado a que nos entreguen la custodia de las gloriosas banderas y los principios que el movimiento revolucionario ha sabido defender a lo largo de su heroica y hermosa historia, pero si el destino nos asignara el papel de quedar un día entre los últimos defensores del socialismo, en un mundo donde el imperio yanki lograra encarnar los sueños de Hitler de dominar el mundo, sabríamos defender hasta la última gota de sangre este baluarte.

Estos hombres y mujeres a los que hoy damos honrosa sepultura en la cálida tierra que los vio nacer, murieron por los más sagrados valores de nuestra historia y de nuestra Revolución.

Ellos murieron luchando contra el colonialismo y el neocolonialismo.

Ellos murieron luchando contra el racismo y el apartheid.

Ellos murieron luchando contra el saqueo y la explotación de los pueblos del Tercer Mundo.

Ellos murieron luchando por la independencia y la soberanía de esos pueblos.

Ellos murieron luchando por el derecho al bienestar y el desarrollo de todos los pueblos de la tierra.

Ellos murieron luchando para que no existan hambrientos, mendigos, enfermos sin médicos, niños sin escuelas, seres humanos sin trabajo, sin techo, sin alimento.

Ellos murieron para que no existan opresores y oprimidos; explotadores ni explotados.

Ellos murieron luchando por la dignidad y la libertad de todos los hombres.

Ellos murieron luchando por la verdadera paz y seguridad para todos los pueblos.

Ellos murieron por las ideas de Céspedes y Máximo Gómez.

Ellos murieron por las ideas de Martí y Maceo.

Ellos murieron por las ideas de Marx, Engels y Lenin.

Ellos murieron por las ideas y el ejemplo que la Revolución de Octubre expandió por el mundo.

Ellos murieron por el socialismo.

Ellos murieron por el internacionalismo.

Ellos murieron por la patria revolucionaria y digna que es hoy Cuba.

¡Sabremos ser capaces de seguir su ejemplo!

Para ellos: ¡Gloria eterna!

Fuente: Granma


  
 

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Discursos pronunciados en los congresos de la Internacional Comunista

sábado, 5 de diciembre de 2009

V. I. Lenin

Discurso sobre el papel del Partido Comunista

23 de julio de 1920


Primera edición: Publicado el 5 de agosto de 1920 en el núm. 5 del "Boletín del II Congreso de la Internacional Comunista"
Digitalización: Juan R. Fajardo, enero de 2001 .
Fuente: V. I. Lenin, Discursos pronunciados en los congresos de la Internacional Comunista (Moscú: Editorial Progreso) s/f.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2001.

 
Camaradas: Quisiera hacer algunas observaciones que guardan relación con los discursos de los camaradas Tanner* y McLaine**. Tanner dice que está a favor de la dictadura del proletariado, pero la concibe de un modo completamente distinto a como la concebimos nosotros. Dice que nosotros entendemos en realidad por dictadura del proletariado la dictadura de su minoría organizada y consciente.
Y en efecto, en la época del capitalismo, cuando las masas obreras son sometidas a una incesante explotación y no pueden desarrollar sus capacidades humanas, lo más característico para los partidos políticos obreros es justamente que sólo pueden abarcar a una minoría de su clase. El partido político puede agrupar tan sólo a una minoría de la clase, puesto que los obreros verdaderamente conscintes en toda sociedad capitalista no constituyen sino una minoria de todos los obreros. Por eso nos vemos precisados a reconocer que sólo esta minoría consciente puede dirigir a las grandes masas obreras y llevarlas tras de sí. Y si el camarada Tanner dice que es enemigo del partido, pero al mismo tiempo está a favor de que la minoría de los obreros mejor organizados y más revolucionarios señale el camino a todo el proletariado, yo digo que en realidad no existe diferencia entre nosotros. ¿Qué representa una minoría organizada? Si esta minoría es realmente consciente, si sabe llevar tras de sí a las masas, si es capaz de dar respuesta a cada una de las cuestiones planteada en el orden del día, entonces esa minoría es, en esencia, el partido. Y si camaradas como Tanner, a los que tomamos particularmente en consideración, por tratarse de representantes del movimiento de masas -cosa que difícilmente se puede decir de los representantes del Partido Socialista Británico, si tales camaradas están a favor de que exista una minoría que luche decididamente por la dictadura del proletariado y que eduque en este sentido a las masas obreras, esa minoría no es, en esencia, otra cosa que el partido. El camarada Tanner dice que esta minoría debe organizar y llevar tras de sí a todas las masas obreras. Si el camarada Tanner y otros camaradas del grupo Shop Stewards y de la organización "Los Trabajadores Industriales del Mundo" (IWW) reconocen esto -y cada día, en las conversaciones con ellos, vemos que en efecto lo reconocen-, si aprueban una situación en que la minoría comunista consciente de la clase obrera lleva tras de sí al proletariado, deben convenir en que el sentido de todas nuestras resoluciones es precisamente ése. Y entonces la única diferencia existente entre nosotros consiste en que ellos evitan emplear la palabra "partido", porque entre los camaradas ingleses existe una especie de prevención contra el partido político. Conciben el partido político algo así como los partidos de Gompers y de Henderson, partidos de politicastros parlamentarios, traidores a la clase obrera. Y si conciben el parlamentarismo como el inglés y el norteamericano de nuestros días, también nosotros somos enemigos de ese parlamentarismo y de esos partidos políticos. Necesitamos partidos nuevos, partidos distintos. Necesitamos partidos que estén en contacto efectivo y permanente con las masas y sepan dirigirlas.
Paso a la tercera cuestión que desearía tratar aquí en relación con el discurso del camarada NicLaine. Este propugna que el Partido Comunista Inglés se adhiera al Partido Laborista. Ya me he manifestado a este respecto en mis tesis sobre el ingreso en la III Internacional. En mi folleto [La enfermedad infantíl del "izquierdismo" en el comunismo], esta cuestión queda pendiente25. Sin embargo, después de hablar con muchos camaradas, he llegado al convencimiento de que la decisión de quedarse en el Partido Laborista es la única táctica acertada. Pero interviene el camarada Tanner y afirma: No seáis demasiado dogmáticos. Esta expresión es totalmente inoportuna. El camarada Ramsay dice: Dejar que los comunistas ingleses resolvamos esta cuestión. ¿Qué sería la Internacional si cualquiera pequeña fracción dijese: Algunos de nosotros estamos favor de esto y otros están en contra; dejadnos que solvamos nosotros mismos? ¿Para qué harían falta entonces la Internacional, el Congreso y toda esta discusión? El camarada McLaine ha hablado únicamente del papel del partido político. Pero esto atañe también a los sindicatos y al parlamentarismo. Es totalmente exacto que la mayor parte de los mejores revolucionarios se oponen a adhesión al Partido Laborista, puesto que están en contra del parlamentarismo como medio de lucha. Por eso, tal vez sea lo mejor someter esta cuestión a estudio de una misión. Ella debe examinarla, estudiarla, y la cuestión debe ser resuelta sin falta en el presente Congreso de la Internacional Comunista. No podemos estar de acuerdo con que esta cuestión afecte sólo a los comunistas ingleses. Debemos decir, en general, qué táctica es la certera.
Ahora me detendré en algunos argumentos del camarada McLaine en torno al problema relativo al Partido Laborista Inglés. Es preciso decir abiertamente: el Partido Comunista sólo puede adherirse al Partido Laborista a condición de que conserve plena libertad de crítica y pueda aplicar su propia política. Esto es lo más importante. Cuando el camarada Serrati habla a este proposito de colaboración de clases yo afirmo esto no es colaboracion de clases. Si los camaradas italianos consienten la presencia en su partido de oportunistas como Turati y Cía., es decir, de elementos burgueses, esto sí que es colaboración de clases. Pero en el caso que nos ocupa, en relación con el Partido Laborista Inglés, se trata sólo de la colaboración de la minoría avanzada de los obreros ingleses con su mayoría aplastante. Son miembros del Partido Laborista todos los afiliados a los sindicatos. Es una estructura muy original, que no encontramos en ningún otro país. Esta organización abarca a cuatro millones de obreros de los seis o siete millones de miembros de los sindicatos. No se les pregunta cuáles son sus convicciones políticas. Que me demuestre el camarada Serrati que se nos impide utilizar allí el derecho de crítica. Cuando lo demostréis, sólo entonces demostraréis que el camarada McLaine se equivoca. El Partido Socialista Británico puede decir con toda libertad que Henderson es un traidor y, sin embargo, sigue dentro del Partido Laborista. También aquí se haceefectiva la colaboración de la vanguardia de la clase obrera con los obreros atrasados, con la retaguardia. Esta colaboración reviste una importancia tan grande para todo el movimiento, que insistimos categóricamentt en que los comunistas ingleses sean el eslabón de enlace entre el partido, es decir, entre la minoría de la clase obrera, y toda la masa restante de los obreros. Si la minoría no sabe dirigir a las masas y vincularse estrechamente con ellas, no es un partido y, en general, no tiene ningún valor, aunque se denomine partido o Comité Nacional de consejos de delegados de fábrica; por lo que yo conozco los consejos de delegados de fábrica en Inglaterra tienen su Comité Nacional, su dirección central, y esto ya es un paso para la constitución de un partido. Por consiguiente, si no se desmiente que el Partido Laborista Inglés está compuesto de proletarios, esto es una colaboración de la vanguardia de la clase obrera con los obreros atrasados y si esta colaboración no se hace efectiva de modo sistemático, entonces el Partido Comunista no ofrece ningún valor, y entonces no se puede hablar de dictadura del proletariado. Y si nuestros camaradas italianos carecen de argumentos más convincentes, tendremos que decidir aquí más tarde y de modo definitivo la cuestión sobre la base de lo que sabemos, y llegaremos a la conclusión de que la adhesión al Partido Laborista es una táctica atinada.
Los camaradas Tanner y Ramsay nos dicen que la mayoría de los comunistas ingleses no se mostrará de acuerdo con la adhesión, pero ¿debemos estar de acuerdo sin falta con la mayoría? De ningún modo. Si la mayoría no ha comprendido aún qué táctica es la acertada, tal vez se pueda esperar. Incluso la existencia paralela de ambos partidos durante cierto tiempo sería mejor que la negativa a responder qué táctica es la certera. Naturalmente, partiendo de la experiencia de todos los miembros del Congreso y sobre la base de los argumentos esgrimidos aquí, no iréis a insistir en que acordemos aquí la creación inmediata en todos los paises de un Partido Comunista único. Esto es imposible. Pero sí podemos apresar abiertamente nuestra opinión y trazar directrices. El j,roblema abordado por la delegación inglesa debemos estudiarlo en una comisión especial, y después de esto del bemos decir: La táctica acertada es el ingreso en el Partido Laborista. Si la mayoría estuviese contra esto, deberíamos organizar aparte a la minoría. Esto tendría una importancia educativa. Si las masas obreras inglesas tienen aún fe en la táctica anterior, comprobaremos nuestras conclusiones en el próximo Congreso. Pero no podemos decir que esta cuestión afecte sólo a Inglaterra: eso sería imiitar las peores costumbres de la II Internacional. Debemos expresar abiertamente nuestra opinión. Si los comunista ingleses no llegan a un acuerdo y si no crean un partido de masas, la escisión será inevitable de uno u otro modo. ***






NOTAS
* Jack Tanner: líder tradunionista inglés. En 1920-21 militó en el Partido Laborista de Gran Bretaña y asistió como delegado al II Congreso de la III Internacional. Más tarde fue miembro del Partido Laborista Inglés.
** William MacLaine (1891 - 1960): socialista y líder sindical inglés. En la decada de los 1920 fue miembro del Partido Comunista de Gran Bretaña, al cual abandonó en 1929. Propugnó el ingreso de los comunistas ingleses en el Partido Laborista. Fue criticado en torno a esa posición, aduciendose que menospreciaba el reaccionarismo de los dirigentes laboristas.
*** En el núm. 5 del Boletín del II Congreso de la Internacional Comunista, la frase final del discurso apareció redactada del modo siguiente:

"Debemos expresar abiertamente nuestra opinión, cualquiera que sea. Si los comunistas ingleses no se ponen de acuerdo sobre la organización del movimiento de masas, si en este terreno se produce la escición, será preferible llegar a la escisión que renunciar a la organización del movimiento de masas. Vale más elevarse hasta una táctica y una ideología bien definidas y suficientemente claras que seguir en el caos anterior". (Nota de la Editorial Progreso)


segundo discurso

V. I. Lenin

 

Informe de la Comisión para los Problemas Nacional y Colonial

26 de julio de 1920


Primera edición: Publicado el 7 de agosto de 1920 en el No. 6 del "Boletín del II Congreso de la Internacional Comunista".
Digitalización: Juan R. Fajardo, enero de 2001.
Fuente: V. I. Lenin, Discursos pronunciados en los congresos de la Internacional Comunista (Moscú: Editorial Progreso) s/f.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2001.


 
Camaradas: Me limitaré a una breve introducción, después de lo cual, el camarada Maring, que ha sido secretario de nuestra Comisión, presentará un detallado informe sobre las modificaciones introducidas por nosotros en las tesis. A continuación hará uso de la palabra el camarada Roy, que ha formulado algunas tesis adicionales. La Comisión ha aprobado por unanimidad tanto las tesis originales26, con las correspondientes modificaciones, como las tesis adicionales. Así, pues, hemos conseguido una absoluta unidad de criterio en todos los problemas de importancia. Ahora haré algunas breves observaciones.
Primero. ¿Cuál es la idea más importante, la idea fundamental de nuestras tesis? Es la distinción entre naciones oprimidas y naciones opresoras. Nosotros Subrayamos esta distinción, en Oposición a la II Internacional y a la democracia burguesa. Para el proletariado y para la Internacional Comunista tiene particular importancia en la época del imperialismo observar los hechos económicos concretos y tomar como base, al resolver las cuestiones coloniales y nacionales, no tesis abstractas, sino los fenómenos de la realidad concreta.
El rasgo distintivo del imperialismo consiste en que actualmente, como podemos ver, el mundo se halla dividido, por un lado, en un gran número de naciones oprimidas y, por otro, en un número insignificante de nacione opresoras, que disponen de riquezas colosales y de poderosa fuerza militar. La enorme mayoría de la población del globo, más de mil millones de seres, seguramente mil doscientos cincuenta millones, si consideramos que aquélla es de mil setecientos cincuenta millones, es decir, alrededor del 70% de la población de la Tierra, coresponde a las naciones oprimidas, que se encuentran sometidas a una dependencia colonial directa, o que son semicolonias como, por ejemplo, Persia, Turquía y China, o que, después de haber sido derrotadas por el ejército de una gran potencia imperialista, han sido obligadaspor los tratados de paz a depender en gran medida de dicha potencia. Esta idea de la diferenciación, de la división de las naciones en opresoras y oprimidas preside todas las tesis, no sólo las primeras, las que aparecieron con mi firma y fueron publicadas originariamente, sino también tesis del camarada Roy. Estas últimas han sido escritas teniendo en cuenta, sobre todo, la situación de la India y de otros grandes pueblos de Asia oprimidos por Inglaterra, y en esto reside la enorme importancia que tienen para nosotros.
La segunda idea que orienta nuestras tesis es que, en la actual situación del mundo, después de la guerra imperialista, las relaciones entre los pueblos, así como todo el sistema mundial de los Estados vienen determinados por un pequeño grupo de naciones imperialistas contra el movimiento soviético y contra los Estados soviéticos, a cuya cabeza figura la Rusia Soviética. Si no tenemos en cuenta este hecho, no podremos plantear correctamente ningún problema nacional o colonial, aunque se trate del rincón más apartado del mundo. Sólo partiendo de este punto de vista es cómo los partidos comunistas de los países civilizados, lo mismo que los de los países atrasados, podrán plantear y resolver acertadamente los problemas políticos.
Quisiera destacar de un modo particular la cuestión del movimiento democrático-burgués en los países atrasados. Esta ha sido justamente la cuestión que ha suscitado algunas divergencias. Nuestra discusión giró en torno a si, desde el punto de vista de los principios y de la teoría, eroa o no acertado afirmar que la Internacional Comunista y los partidos comunistas deben apoyar el movimiento democrático-burgués en los países atrasados. Después de la discusión llegamos a la conclusión unánime de que debe hablarse de movimiento revolucionario-nacional en vez de movimiento "democrático-burgués". No cabe la menor duda de que todo movimiento nacional no puede ser sino un movimiento democrático-burgués, ya que la masa fundamental de la población en los paises atrasados la constituyen los campesinos, que representan las relaciones capitalistas burguesas. Sería utópico suponer que los partidos proletarios, si es que tales partidos pueden formarse, en general, en esos países atrasados, son capaces de aplicar en ellos una táctica y una política comunistas sin mantener determinadas relaciones con el movimiento campesino y sin apoyarlo en la práctica. Ahora bien, en este punto se hizo las objeciones de que si hablásemos de movimiento democrático-burgués, se borraría toda diferencia entre el movimiento reformista y el movimiento revolucionario. Sin embargo, en los últimos tiempos, esta diferencia se ha manifestado en las colonias y en los países atrasados con plena claridad, ya que la burguesía imperialista trata por todos los medios de que el movimiento reformista se desarrolle también entre los pueblos oprimidos. Entre la burguesía de los países explotadores y la de las colonias se ha producido cierto acercamiento, por lo que, muy a menudo -y tal vez hasta en la mayoría de los casos-, la burguesía de los países oprimidos, pese a prestar su apoyo a los movimientos nacionales, lucha al mismo tiempo de acuerdo con la burguesía imperialista, es decir, al lado de ella, contra todos los movimientos revolucionarios y las clases revolucionarias. En la Comisión, este hecho ha quedado demostrado en forma irrefutable, por lo que hemos considerado que lo único acertado era tomar en consideración dicha diferencia y sustituir casi en todos los lugares la expresión "democrático-burgués" por "revolucionario-nacional". El sentido de este cambio consiste en que nosotros, como comunistas, sólo debemos apoyar y sólo apoyaremos los movimientos burgueses de liberación en las colonias en el caso de que estos movimientos sean verdaderamente revolucionarios, en el caso de que sus representantes no nos impidan educar y organizar en un espíritu revolucionario a los campesinos y a las grandes masas de explotados. Si no se dan esas condiciones, los comunistas deben luchar en dichos países coittra la burguesía reformista, a la que también pertenecen los héroes de la II Internacional. En las colonias ya existen partidos reformistas, y sus representantes se denominan socialdemócratas y socialistas. La diferencia mencionada ha quedado establecida en todas las tesis, y gracias a esto, nuestro punto de vista, a mi entender, aparece formulado ahora de un modo mucho más preciso.
Quisiera hacer una observación más, relativa a los Soviets campesinos. La labor práctica de los comunistas rusos en las antiguas colonias del zarismo, en países tan atrasados como Turquestán, etc., ha planteado ante nosotros el problema de cómo han de ser aplicadas la táctica y la política comunistas en las condiciones precapitalistas, pues el rasgo distintivo más importante de estos países es el dominio en ellos de las relaciones precapitalistas, por lo que allí no cabe hablar siquiera de un movimiento proletario. En tales países casi no hay proletariado industrial. No obstante, también en ellos hemos asumido y debemos asumir el papel de dirigentes. Nuestro trabajo nos ha mostrado que en esos países hay que vencer enormes dificultades, pero los resultados prácticos nos han mostrado asimismo que, pese a dichas dificultades, incluso que casi carecen de proletariado, también se puede despertar en las masas el deseo de tener ideas políticas propias y de desarrollar su propia actividad política. Esra tarea presentaba para nosotros más dificultades que para los camaradas de Europa Occidental, pues el proletariado de Rusia está abrumado por el trabajo de organización del Estado. Se comprende perfectamente que los campesinos, colocados en una dependencia semifeudal, puedan asimilar muy bien la idea de la organización soviética y sean capaces de ponerla en práctica. Es evidente asimismo que las masas oprimidas, explotadas no sólo por el capital mercantíl, sino también por los feudales y por un Estado que se asienta sobre bases feudales, pueden aplicar igualmente esta arma, este tipo de organización en las condiciones en que se encuentran. La idea de la organización soviética es una idea sencilla, capaz de ser aplicada no sólo a las relaciones proletarias, sino también a las campesinas feudales y semifeudales. Nuestra experiencia en este aspecto no es aún muy grande, pero los debates en la Comisión, en los que participaron varios representantes de países coloniales, nos han demostrado de un modo absolutamente irrefutable que en las tesis de la Internacional Comunista debe indicarse que los Soviets campesinos, los Soviets de los explotados, son un instrumento válido no sólo para los países capitalistas, sino también para los paises con relaciones precapitalistas, y que la propaganda de la idea de los Soviets campesinos, de los Soviets de trabajadores, en todas partes, en los países atrasados y en las colonias, es un deber indeclinable de los partidos comunistas y de quienes están dispuestos a organizarlos. Y dondequiera que las condiciones lo permitan, deberán intentar sin pérdida de tiempo la organización de Soviets del pueblo trabajador.
Ante nosotros aparece aquí la posibilidad de realizar un trabajo práctico de gran interés e importancia. Nuestra experiencia general en este terreno no es aún muy grande, pero poco a poco iremos acumulando materiales. Es indiscutible que el proletariado de los países avanzados puede y debe ayudar a las masas trabajadoras atrasadas, y que el desarrollo de los países atrasados podrá salir de su etapa actual cuando el proletariado triunfante de las repúblicas soviéticas tienda la mano a esas masas y pueda prestarles apoyo.
A este respecto se entablaron en la Comisión unos debates bastante vivos, y no sólo en torno a las tesis que llevan mi firma, sino aún más en torno a las tesis del camarada Roy, que él defenderá aquí y en las que se han introducido por unanimidad algunas enmiendas.
La cuestión ha sido planteada en los siguientes términos: ¿podemos considerar justa la afirmación de que la fase capitalista de desarrollo de la economía nacional es inevitable para los pueblos atrasados que se encuentran en proceso de liberación y entre los cuales ahora, después de la guerra, se observa un movimiento en dirección al progreso? Nuestra respuesta ha sido negativa. Si el proletariado revolucionario victorioso realiza entre esos pueblos una propaganda sistemática y los gobiernos soviéticos les ayudan con todos los medios a su alcance, es erróneo suponer que la fase capitalista de desarrollo sea inevitable para los pueblos atrasados. En todas las colonias y en todos los países atrasados, no sólo debemos formar cuadros propios de luchadores y organizaciones propias de partido, no sólo debemos realizar una propaganda inmediata en pro de la creación de Soviets campesinos, tratando de adaptarlos a las condiciones precapitalistas, sino que la Internacional Comunista habrá de promulgar, dándole una base teórica, la tesis de que los países atrasados, con la ayuda del proletariado de las naciones adelantadas, pueden pasar al régimen soviético y, a través de determinadas etapas de desarrollo, al comunismo, soslayando en su desenvolvimiento la fase capitalista.
Los medios que hayan de ser necesarios para que esto pueden ser señalados de antemano. La experiencia práctica nos los irá sugiriendo. Pero es un hecho firmemente establecido que la idea de los Soviets es afín a todas las masas trabajadoras de los pueblos más lejanos, que estas organizaciones, los Soviets, deben ser adaptadas a las condiciones de un régimen social precapitalista y que los partidos comunistas deben comenzar inmediatamente a trabajar en este sentido en el mundo entero.
Quisiera señalar, además, la importancia de que los partidos comunistas realicen su labor revolucionaria no sólo en su propio país, sino también en las colonias, y sobre todo entre las tropas que utilizan las naciones explotadoras para mantener sometidos a los pueblos de sus colonias.
El camarada Quelch, del Partido Socialista Británico, se refirió a este problema en nuestra Comisión. Dijo pue el obrero de filas inglés consideraría una traición ayudar a los sojuzgados cuando se sublevan contra el dominio inglés. Es verdad que la aristocracia obrera de Inglaterra y Norteamérica, imbuida de un espíritu jingoísta y chovinista, representa un terrible peligro para el socialismo y constituye un vigoroso apoyo a la II Internacional. Aquí nos hallamos ante una tremenda traición de los líderes y obreros afiliados a esta Internacional burguesa. En la II Internacional también se discutió la cuestión colonial. El Manifiesto de Basilea se refirió a elle en términos inequívocos. Los partidos de la II Internacional prometieron actuar revolucionariamente, pero no vemos por parte de ellos ninguna verdadera labor revolucionaria ni ningún apoyo a las sublevaciones de los explotados y dependientes contra las naciones opresoras, como tampoco lo vemos, a mi entender, entre la mayoría de los partidos que han abandonado la II y desean ingresar en la III Internacional. Debemos decirlo en voz alta, para que todos se enteren. Esto no puede ser refutado, y ya veremos si se hace algún intento de refutarlo.
Todas estas consideraciones han servido de base a nuestras resoluciones, que, ciertamente, son demasiado largas, pero confío en que, pese a todo, resultarán útiles y contribuirán al desarrollo y a la organización de una labor verdaderamente revolucionaria en los problemas nacional y colonial, que es, en el fondo, nuestro objetivo principal.

tercer discurso

V. I. Lenin

Discurso sobre la condiciones de ingreso en la Internacional Comunista

30 de julio de 1920






Primera edición: Publicado íntegramente en 1921 en el libro "II Congreso de la Internacional Comunista. Actas taquigráficas". Petrogrado.
Digitalización: Juan R. Fajardo, febrero de 2001.
Fuente: V. I. Lenin, Discursos pronunciados en los congresos de la Internacional Comunista (Moscú: Editorial Progreso) s/f.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2001.


 
Camaradas: Serrati ha dicho Que entre nosotros no se ha inventado todavía el sincerómetro. Es ésta una nueva palabra francesa, que significa instrumento para medir la sinceridad. Y semejante instrumento no se ha inventado aún. Pero no necesitamos de ese instrumento; en cambio, poseemos ya uno para determinar las tendencias. Y el error del camarada Serrati, del que hablaré después radica precisamente en que n no ha empleado este instrumento conocido hace mucho.
Diré sólo unas palabras acerca del camarada Crispien. Lamento mucho que no este presente (Dittman: "¡Está enfermo!") Es una lástima. Su discurso es uno de los documentos más importantes y expresa con exactitud la línea política del ala derecha del Partido Socialdemócrata Independiente. No hablaré de circunstancias personales ni de casos aislados sino de las ideas claramente expresadas em el discursO del camarada Crispien. Creo que sabré demostrar que todo ese discurso ha sido kautskiano de cabo a rabo y que el camarada Crispien comparte las opiniones kautskianas sobre la dictadura del proletariado. Crispien ha contestado a una réplica: "La dictadura no es una novedad; de ella se habla ya en el Programa de Erfurt:. En el Programa de Erfurt no se dice nada de la dictadura del proletariado; y la historia ha demostrado que eso no es casual. Cuando en 1902 y 1903 redactamos el primer programa de nuestro partido tuvimos presente en todo momento el ejemplo del Programa de Erfurt. Por cierto que Plejánov -el mismo Plejánov que dijo entonces justamente: "O Bernstein entierra a la socialdemocracia, o la socialdemocracia lo entierra a él"- subrayó de manera especial precisamente la circunstancia de que si en el Programa de Erfurt no se habla de la dictadura del proletariado, eso es un error desde el punto de vista teórico y una concesión cobarde a los oportunistas desde el punto de vista práctico. Y en nuestro programa, la dictadura del proletariado está incluida desde 1903.
El camarada Crispien dice ahora que la dictadura del proletariado no es una novedad y agrega: "Siempre hemos sido partidarios de la conquista del poder político". Pero eso significa eludir la esencia de la cuestión. Se reconoce la conquista del poder político, mas no la dictadura. Todas las publicaciones socialistas, no sólo las alemanas, sino también las francesas y las inglesas, demuestran que los jefes de los partidos oportunistas -MacDonald, por ejemplo, en Inglaterra- son partidarios de la conquista del poder político. Todos ellos, no es broma, son socialistas sinceros, ¡pero están en contra de la dictadura del proletariado! Por cuanto tenemos un buen partido revolucionario, merecedor del titulo de comunista, hay que hacer ropaganda de la dictadura del proletariado, a diferencia de la vieja concepción de la II Internacional. Eso lo ha velado y escamoteado el camarada Crispien, y en eso precisamente consiste el error fundamental propio de todos los adeptos de Kautsky.
"Somos jefes elegidos por las masas", prosigue el camarada Crispien. Es un punto de vista formal y equivocado, pues en el último Congreso del partido de los "independientes" alemanes hemos visto con mucha claridad la lucha de tendencias. No es preciso buscar un medidor de la sinceridad y bromear sobre este tema, como hace el camarada Serrati, para establecer el simple hecho de que la lucha de tendencias debe existir y existe: una tendencia está personificada por los obreros revolucionarios, que vienen a nosotros por vez primera y que son enemigos de la aristocracia obrera; la otra tendencia la personifica la aristocracia obrera, encabezada por los viejos jefes en todos los países civilizados. El camarada Crispien ha dejado sin aclarar precisamente si él se adhiere a la tendencia de los viejos jefes y de la aristocracia obrera o a la tendencia de la nueva masa obrera revolucionaria, que está en contra de la aristocracia obrera.
¿En qué tono habla de escisión el camarada Crispien? Ha dicho que la escisión es una amarga necesidad y se ha lamentado de ello largamente. Por completo en el espíritu de Kaustky. ¿Con quién han roto? ¿Con Scheidemann? Crispien ha dicho: "Hemos efectuado la escición". En primer lugar, ¡la habéis efectuado demasiado tarde! Si sehabla de eso, hay que decir también esto. Y, en segundo lugar, los independientes no deben llorar por ello, sino decir: la clase obrera internacional se encuentra todavía bajo el yugo de la aristocracia obrera y de los oportunistas. Así están las cosas tanto en Francia como en Inglaterra. El camarada Crispien razona acerca de la escición no a lo comunista, sino completamente en el espíritu de Kautsky, del cual se dice que no tiene influencia. Crispien ha hablado después de los altos salarios. En Alemania, según él, las circunstancias son tales que los obreros viven bastante bien, en comparación con los obreros rusos y, en general, con los de Europa Oriental. La revolución, según sus palabras, puede realizarse sólo en e; caso de que no empeore "demasiado" la situación de los obreros. Yo pregunto: ¿es admisible hablar en ese tono en el Partido Comunista? Eso es contrarrevolucionario. En nuestro país, en Rusia, el nivel de vida es indiscutiblemente más bajo que en Alemania, y cuando implantamos la dictadura, como resultado de ello, los obreros empezaron a pasar más hambre y su nivel de vida descenció más aún. La victoria de los obreros es imposible sin sacrificios, sin un empeoramiento temporal de su Situación. Debemos decir a los obreros lo contrario de lo que ha manifestado Crispien. Cuando se desea preparar a los obreros para la dictadura y se les habla de un empeoramiento "no demasiado" grande, se olvida lo principal. A saber" que la aristocracia obrera surgió precisamente ayudando a "su" burguesía a conquistar por vía imperialista y a ahogar al mundo entero para asegurarse así mejores salarios. Si los oobreros alemanes quieren ahor haver la revolución, deben hacer sacrificios y no asustarse por ello.
En un sentido histórico-universal general, es cierto que en los países atrasados cualquier coolí chino no está en condiciones de hacer la revolución proletaria; pero en los países más ricos, no muchos, en los que se vive más desahogadamente merced a la expoliación imperialista, decir a los obreros que deben temer un empobrecimiento "demasiado grande" será contrarrevolucionario. Hay que decir lo contrario. La aristocracia obrera, que teme los sacrificios, que teme un empobrecimiento "demasiado grande" durante la lucha revolucionaria, no puede pertenecer al partido. De lo contrario, la dictadura será imposible, sobre todo en los países de Europa Occidental.
¿Qué dice Crispien acerca del terror y la violencia? Ha dicho que son dos cosas distintas. Quizá es posible hacer esa diferenciación en un manual de sociología, pero no puede hacerse en la práctica política, especialmente en las circunstancias de Alemania. Contra quienes proceden como los oficiales alemanes que han asesinado a Liebknecht y Rosa Luxemburgo; contra hombres del tipo de Stinnes y Krupp, que compran la prensa; contra gente así, nos vemos obligados a recurrir al terror y a la violencia. Por supuesto, no es necesario proclamar de antemano que recurriremos sin falta al terror; pero si los oficiales y los de Kapp alemanes siguen siendo como son hoy, si Krupp y Stinnes siguen siendo como son hoy, el empleo del terror será inevitable. No sólo Kautsky, sino Ledebour y Crispien hablan de la violencia y del terror en un espíritu absolutamente contrarrevolucionario. Está claro que un partido que se nutre con semejantes ideas no puede participar en la dictadura.
Viene después el problema agrario. Crispien se ha acalorado singularmente en esta cuestión y se le ha ocurrido acusarnos de espíritu pequeñoburgués; hacer algo para el pequeño campesino a expensas de los grandes latifundistas es, según él, pequeñoburgués. Los grandes propietarios deben ser expropiados, y la tierra, entregada a asociaciones cooperativas. Esta concepción es pedante. Incluso en los países de alto desarrollo, incluida Alemania, hay bastantes latifundios, bastantes propiedades agrarias que no son cultivadas con los métodos del gran capital, sino con métodos semifeudales, y de las cuales se puede recortar algo en provecho de los pequeños campesinos sin quebrantar la hacienda. Se puede conservar la gran producción y, no obstante, dar a los pequeños campesinos algo muy sustancial para ellos. Por desgracia, no se piensa en eso; pero, en la práctica, hay que hacerlo, pues de otro modo se incurriría en un error. Así lo demuestra, por ejemplo, el libro de Varga (ex-Comisario del Pueblo de Economía Nacional de la República Soviética Húngara), quien a que el establecimiento de la dictadura del proletariado no cambió casi nada en la aldea húngara, que los jornaleros no observaron nada y los pequeños campesinos no recibieron nada. En Hungría existen grandes latifundios, en Hungría se explotan haciendas semifeudales en grandes superficies. Siempre se encontrarán y deberán encontrarse partes de grandes posesiones agrarias de las que se pueda dar alguna cosa a los pequeños campesinos -quizá no en propiedad, sino en arriendo- para que al campesino parcelario le toque algo de la propiedad confiscada. De otro modo, el peqúeño campesino no advertirá diferencia entre lo que había antes y la dictadura soviética. Si el poder estatal proletario no aplica esta política, no podrá sostenerse.
Crispien ha dicho: "No podéis negar nuestra convicción revolucionaria". Pese a eso, yo le respondo: se la niego categoricamente. No en el sentido de que no quisiérais actuar revolucionariamente, sino en el sentido de que no sabéis pensar revolucionariamente. Apuesto que se puede elegir una comisión, la que queráis, de hombres instruidos, darles diez libros de Kautsky y el discurso de Crispien y esa comisión dirá: este discurso es kautskiano hasta la médula, está impregnado de las ideas de Kautsky desde el comienzo hasta el fin. Todos los métodos de argumentación de Crispien son completamente kautskianos; pero Crispien aparece aquí y dice: "Kautsky no tiene ya ninguna influencia en nuestro partido". Es posible que no tenga ninguna influencia entre los obreros revolucionarios que se han adherido más tarde. Pero debe considerarse absolutamente demostrado el hecho de que Kautsky ha ejercido y sigue ejerciendo enorme influencia en Crispien, en todo el modo de pensar, en todas las ideas del camarada Crispien. Así lo demuestra el discurso de este último. Por eso, sin inventar el sincerómetro o medidor de la sinceridad, se puede decir: la tendencia de Crispien no corresponde a la Internacional Comunista. Al decir Esto, definimos la orientación de toda la Internacional Comunista.
Los camarada Wijnkoop y Münzenberg han expresado su desagrado por el hecho de que hayamos invitado al Partido Socialista Independiente y hablemos con sus representantes. Considero que eso es equivocado. Cuando Kautsky nos ataca y escribe libros, polemizamos con él como un enemigo de clase. Pero cuando viene aquí para sostener negociaciones el Partido Socialdemócrata Independiente, que ha crecido gracias a la influencia de obreros revolucionarios, debemos hablar con sus representantes, pues constituyen una parte de los obreros revolucionarios. No podemos llegar de golpe a un acuerdo con los "independientes" alemanes, los franceses y los ingleses acerca de la Internacional. El camarada Wijnkoop demuestra con cada uno de sus discursos que comparte casi todas las equivocaciones del camarada Panneckoek. Wijnkoop ha declarado que no comparte las opiniones de Panneckoek, pero con sus discursos demuestra lo contrario. En eso consiste el error fundamental de este grupo "izquierdista"; pero es, en general, un error del movimiento proletario, que crece. Los discursos de los camaradas Crispien y Dittmann están impregnados hasta la médula de espíritu burgués, con el que no se puede preparar la dictadura del proletariado. Si los camaradan Wijnkoop y Múnzenberg van más lejos aún en el problema del Partido Socialdemócrata Independiente, nos otros no nos solidarizamos con ellos.
No tenemos, claro está, un medidor de la sinceridad, como se ha expresado Serrati, para poner a prueba la buena fe de la gente y estamos completamente de acuerdo con que no se trata de juzgar de los hombres, sino de apreciar la situación. Lamento que Serrati, aunque ha hablado, no haya dicho nada nuevo. Su discurso ha sido del mismo tipo de los que escuchamos ya en la II Internacional.
Serrati no tenía razón al decir: "En Francia, la situación no es revolucionaria, en Alemania es revolucionaria, en Italia es revolucionaria".
Pero aun en el caso de que la situación fuera contrarrevolucionaria, la II Internacional se equivoca y tiene una gran culpa al no desear organizar la propaganda y la agitación revolucionarias; porque, incluso en una situación no revolucionaria, se puede y se debe hacer propaganda revolucionaria: así lo ha demostrado toda la historia del Partido Bolchevique. La diferencia entre los socialistas y los comunistas consiste precisamente en que los socialistas se niegan a actuar como actuamos nosotros en cualquier situación, a saber: a hacer labor revolucionaria.
Serrati se limita a repetir lo que ha dicho Crispien. No queremos decir que estén obligados a expulsar sin falta a Turati tal o cual día. Esta cuestión ha sido tratafa ya por el Comité Ejecutivo y Serrati nos ha dicho "Ninguna expulsión, sino depuración del partido". Debemos sencillamente decir a los camaradas italianos que es la tendencia de los miembros de L'Ordine Nuevo, y no la mayoría actual de los dirigentes del Partido Socialista y de su grupo parlamentario, la que corresponde a la tendencia de la Internacional Comunista. Afirman que quieren defender al proletariado frente a la reacción. Chernov, los mencheviques y otros muchos en Rusia "defienden" también al proletariado frente a la reacción, lo que, sin embargo, no es todavía un argumento para que los aceptemos en nuestros medios.
Por eso, debemos decir a los camaradas italianos y a todos los partidos que tienen un ala derecha: esta tendencia reformista no tiene nada de común con el comunismo.
Os rogamos, camaradas italianos, que convoquéis un congreso y propongáis en él nuestras tesis y resoluciones. Y estoy seguro de que los obreros italianos desearán seguir en la Internacional Comunista.

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El 1° de Mayo y el Frente Unico

viernes, 4 de diciembre de 2009

José Carlos Mariátegui

El 1° de Mayo y el Frente Unico


Escrito: 1924.
Primera edición: El Obrero Textíl, vol. V, No. 59, Lima, mayo 1, 1924.
Fuente: José Carlos Mariátegui, La organización del proletariado, Comisión Política del Comité Central del Partido Comunista Peruano (eds.). Lima: Ediciones Bandera Roja, 1967.
Preparado para el Internet: Marxists Internet Archive, 2000.





El 1° de Mayo es, en todo el mundo, un día de unidad del proletariado revolucionario, una fecha que reúne en un hirnenso frente único internacional a todos los trabajadores organizados. En esta fecha resuenan, unánimemente obedecidas y acatadas, las palabras de Carlos Marx: "Proletarios de todos los países, uníos". En esta fecha caen espontáneamente todas las barreras que diferencian y separan en varios grupos y varias escuelas a la vanguardia proletaria.
El 1° de Mayo no pertenece a una Internacional es la fecha de todas las Internacionales. Socialistas, comunistas y libertarios de todos los matices se confunden y se mezclan hoy en un solo ejército que marcha hacia la lucha final.
Esta fecha, en suma, es una afirnación y una instatación de que el frente único proletario es posible y es practicable y de que a su realizacion no se opone ningún interés, ninguna exigencia del presente.
A muchas meditaciones invita esta fecha internacional. Pero para los trabajadores peruanos las más actual, la más oportuna es la que concierne a la necesidad y a la posibilidad del frente único. Ultimamente se han producido algunos intentos seccionistas. Y urgee entenderse, urg concretarse para impedir que estos intentos prosperen, evitando que socaven y que minen la naciente vanguardia proletaria del Perú.
Mi actitud, desde mi incorporación en esta vanguardia, ha sido siempre la de un fautor convencido, la de un propagandista fervoroso del frente único. Recuerdo haberlo declarado en una de las conferencias iniciales de mi curso de historia de la crisis mundial. Respondiendo a los primeros gestos de resistencia y de aprensión de algunos antiguos y hieráticos libertarios, más preocupados de la rigidez del dogma que de la eficacia y la fecundidad de la acción, dije entoces desde la tribuna de la Universidad Popular: "Somos todavía pocos para dividirnos. No hagamos cuestión de etiquetas ni de títulos."
Posteriormente he repetido estas o análoga palabras. Y no me cansaré de reietesrarlas. El movimiento clasista, entre nosotros, es aún muy incipiente, muy limitado, para que pensemos en fraccionarle y escindirle. Antes de que llegue la hora, inevitable acaso, de una división, nos corresponde realizar mucha obra común, mucha labor solidaria. Tenemos que emprender juntos muchas largas jornadas. Nos toca, por ejemplo, suscitar en la mayoría del proletariado peruáno, conciencia de clase y sentimiento de clase. Esta faena pertenece por igual a socialistas y sindicalistas, a comunistas y libertarios. Todos tenemos el deber de sembrar gérmenes de renovación y de difundir ideas clasistas. Todos tenemos el deber de alejar al proletariado de las asambleas amarillas y de las falsas "instituciones representativas". Todos tenemos el deber de luchar contra los ataques y las represiones reaccionarias. Todos tenemos el deber de defender la tribuna, la prensa y la organización proletaria. Todos tenemos el deber de sostener las reivindicaciones de la esclavizada y oprimida raza indígena. En el cumplimiento de estos deberes históricos, de estos deberes elementales, se encontrarán y juntarán nuestros caminos, cualquiera que sea nuestra meta última.
El frente Único no anula la personalidad, no anula la filiación de ninguno de los que lo componen. No significa la confusión ni la amalgama de todas las doctrinas en una doctrina única. Es una acción contingente, concreta, práctica. El programa del frente Único considera exclusivamente la realidad inmediata, fuera de toda abstracción y de toda utópla. Preconizar el frente único no es, pues, preconizar el confusionismo ideológico. Dentro del frente único cada cual debe conservar su propia filiación y su propio ideario. Cada cual debe trabajar por su propio credo. Pero todos deben sentirse unidos por la solidaridad de clase, vinculados porla lucha contra el adversario común, ligados por la misma voluntad revolucionaria, y la misma pasión renovadora. Formar un frente único es tener una actitud solidaria ante un problema concreto, ante una necesidad urgente. No es renunciar a la doctrina que cada uno sirve ni a la posición que cada uno ocupa en la vanguardia, la variedad de tendencias y la diversidad de matices ideológicos es inevitable en esa inmensa legión humana que se llama el proletariado. La existencia de tendencias y grupos defínidos y precisos no es un mal; es por el contrario la señal de un periodo avanzado del proceso revolucionario. Lo que importa es que esos grupos y esas tendencias sepan entenderse ante la realidad concreta del día. Que no se esterilicen bizantinamente en exconfesiones y excomuniones reciprocas. Que no alejen a las masas de la revolución con el espectáculo de las querellas dogmáticas de sus predicadores. Que no empleensus armas ni dilapiden su tiempo en herirse unos a otros, sino en combatir el orden social sus instituciones, sus injusticias y sus crímenes.
Tratemos de sentir cordialmente el lazo histórico que nos une a todos los hombres de la vanguardia, a todos los fautores de la renovación. Los ejemplos que a diario nos vienen de fuera son innumerables y magníficos. El más reciente y emocionante de estos ejemplos es el de Germaine Berthon. Germaine Berthon, anarquista, disparó certeramente su revólver contra un organizador y conductor del terror blanco por vengar el asesinato del socialista Jean Jaurés. Los espíritus nobles, elevados y sinceros de la revolución, perciben y respetan, así, por encirna de toda barrera teórica, la solidaridad histórica de sus esfuerzos y de sus obras. Pertenece a los espíritus mezquinos, sin horizontes y sin alas, a las mentalidades dogmáticas que quieren petrificar e inmovilizar la vida en una fórmula rígida, el privilegio de la incomprensión y del egotismo sectarios.
El frente único proletario, por fortuna, es entre nosotros una decisión y un anhelo evidente del proletariado. Las masas reclaman la unidad. Las masas quieren fe. Y, por eso, su alma rechaza la voz corrosiva, disolvente y pesimista de los que niegan y de los que dudan, y busca la voz optimista, cordial, juvenil y fecunda de los afirman y de los que creen.

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El problema del indio

J. C. Mariátegui

El problema del indio


Escrito: En 1928.
Primera Edición:En 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, Biblioteca Amauta, Lima, 1928.
Fuente: La Biblioteca Virtual Universal de Bibliotecas Rurales Argentinas.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2000.

I. Su nuevo planteamiento

Todas las tesis sobre el problema indígena, que ignoran o eluden a éste como problema económico-social, son otros tantos estériles ejercicios teoréticos, y a veces sólo verbales, condenados a un absoluto descrédito. No las salva a algunas su buena fe. Prácticamente, todas no han servido sino para ocultar o desfigurar la realidad del problema. La crítica socialista lo descubre y esclarece, porque busca sus causas en la economía del país y no en su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales. La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los "gamonales".
El "gamonalismo" invalida inevitablemente toda ley u ordenanza de protección indígena. El hacendado, el latifundista, es un señor feudal. Contra su autoridad, sufragada por el ambiente y el hábito, es impotente la ley escrita. El trabajo gratuito está prohibido por la ley y, sin embargo, el trabajo gratuito, y aun el trabajo forzado, sobreviven en el latifundio. El juez, el subprefecto, el comisario, el maestro, el recaudador, están enfeudados a la gran propiedad. La ley no puede prevalecer contra los gamonales. El funcionario que se obstinase en imponerla, sería abandonado y sacrificado por el poder central, cerca del cual son siempre omnipotentes las influencias del gamonalismo, que actúan directamente o a través del parlamento, por una y otra vía con la misma eficacia.
El nuevo examen del problema indígena, por esto, se preocupa mucho menos de los lineamientos de una legislación tutelar que de las consecuencias del régimen de propiedad agraria. El estudio del Dr. José A. Encinas (Contribución a una legislación tutelar indígena) inicia en 1918 esta tendencia, que de entonces a hoy no ha cesado de acentuarse. Pero, por el carácter mismo de su trabajo, el Dr. Encinas no podía formular en él un programa económico-social. Sus proposiciones, dirigidas a la tutela de la propiedad indígena, tenían que limitarse a este objetivo jurídico. Esbozando las bases del Home Stead indígena, el Dr. Encinas recomienda la distribución de tierras del Estado y de la Iglesia. No menciona absolutamente la expropiación de los gamonales latifundistas. Pero su tesis se distingue por una reiterada acusación de los efectos del latifundismo, que sale inapelablemente condenado de esta requisitoria, que en cierto modo preludia la actual crítica económico _social de la cuestión del indio.
Esta crítica repudia y descalifica las diversas tesis que consideran la cuestión con uno u otro de los siguientes criterios unilaterales y exclusivos: administrativo, jurídico, étnico, moral, educacional, eclesiástico.
La derrota más antigua y evidente es, sin duda, la de los que reducen la protección de los indígenas a un asunto de ordinaria administración. Desde los tiempos de la legislación colonial española, las ordenanzas sabias y prolijas, elaboradas después de concienzudas encuestas, se revelan totalmente infructuosas. La fecundidad de la República, desde las jornadas de la Independencia, en decretos, leyes y providencias encaminadas a amparar a los indios contra la exacción y el abuso, no es de las menos considerables. El gamonal de hoy, como el "encomendero" de ayer, tiene sin embargo muy poco que temer de la teoría administrativa. Sabe que la práctica es distinta.
El carácter individualista de la legislación de la República ha favorecido, incuestionablemente, la absorción de la propiedad indígena por el latifundismo. La situación del indio, a este respecto, estaba contemplada con mayor realismo por la legislación española. Pero la reforma jurídica no tiene más valor práctico que la reforma administrativa, frente a un feudalismo intacto en su estructura económica. La apropiación de la mayor parte de la propiedad comunal e individual indígena está ya cumplida. La experiencia de todos los países que han salido de su evo-feudal, nos demuestra, por otra parte, que sin la disolución del feudo no ha podido funcionar, en ninguna parte, un derecho liberal.
La suposición de que el problema indígena es un problema étnico, se nutre del más envejecido repertorio de ideas imperialistas. El concepto de las razas inferiores sirvió al Occidente blanco para su obra de expansión y conquista. Esperar la emancipación indígena de un activo cruzamiento de la raza aborigen con inmigrantes blancos es una ingenuidad antisociológica, concebible sólo en la mente rudimentaria de un importador de carneros merinos. Los pueblos asiáticos, a los cuales no es inferior en un ápice el pueblo indio, han asimilado admirablemente la cultura occidental, en lo que tiene de más dinámico y creador, sin transfusiones de sangre europea. La degeneración del indio peruano es una barata invención de los leguleyos de la mesa feudal.
La tendencia a considerar el problema indígena como un problema moral, encarna una concepción liberal, humanitaria, ochocentista, iluminista, que en el orden político de Occidente anima y motiva las "ligas de los Derechos del Hombre". Las conferencias y sociedades antiesclavistas, que en Europa han denunciado más o menos infructuosamente los crímenes de los colonizadores, nacen de esta tendencia, que ha confiado siempre con exceso en sus llamamientos al sentido moral de la civilización. González Prada no se encontraba exento de su esperanza cuando escribía que la "condición del indígena puede mejorar de dos maneras: o el corazón de los opresores se conduele al extremo de reconocer el derecho de los oprimidos, o el ánimo de los oprimidos adquiere la virilidad suficiente para escarmentar a los opresores". La Asociación Pro-Indígena (1909-1917) representó, ante todo, la misma esperanza, aunque su verdadera eficacia estuviera en los fines concretos e inmediatos de defensa del indio que le asignaron sus directores, orientación que debe mucho, seguramente, al idealismo práctico, característicamente sajón, de Dora Mayer. El experimento está ampliamente cumplido, en el Perú y en el mundo. La prédica humanitaria no ha detenido ni embarazado en Europa el imperialismo ni ha bonificado sus métodos. La lucha contra el imperialismo, no confía ya sino en la solidaridad y en la fuerza de los movimientos de emancipación de las masas coloniales. Este concepto preside en la Europa contemporánea una acción anti-imperialista, a la cual se adhieren espíritus liberales como Albert Einstein y Romain Rolland, y que por tanto no puede ser considerada de exclusivo carácter socialista.
En el terreno de la razón y la moral, se situaba hace siglos, con mayor energía, o al menos mayor autoridad, la acción religiosa. Esta cruzada no obtuvo, sin embargo, sino leyes y providencias muy sabiamente inspiradas. La suerte de los indios no varió sustancialmente. González Prada, que como sabemos no consideraba estas cosas con criterio propia o sectariamente socialista, busca la explicación de este fracaso en la entraña económica de la cuestión: "No podía suceder de otro modo: oficialmente se ordenaba la explotación del vencido y se pedía humanidad y justicia a los ejecutores de la explotación; se pretendía que humanamente se cometiera iniquidades o equitativamente se consumaran injusticias. Para extirpar los abusos, habría sido necesario abolir los repartimientos y las mitas, en dos palabras, cambiar todo el régimen Colonial. Sin las faenas del indio americano se habrían vaciado las arcas del tesoro español". Más evidentes posibilidades de éxito que la prédica liberal tenía, con todo, la prédica religiosa. Ésta apelaba al exaltado y operante catolicismo español mientras aquélla intentaba hacerse escuchar del exiguo y formal liberalismo criollo.
Pero hoy la esperanza en una solución eclesiástica es indiscutiblemente la más rezagada y antihistórica de todas. Quienes la representan no se preocupan siquiera, como sus distantes ¡tan distantes! maestros, de obtener una nueva declaración de los derechos del indio, con adecuadas autoridades y ordenanzas, sino de encargar al misionero la función de mediar entre el indio y el gamonal. La obra que la Iglesia no pudo realizar en un orden medioeval, cuando su capacidad espiritual e intelectual podía medirse por frailes como el padre de Las Casas, ¿con qué elementos contaría para prosperar ahora? Las misiones adventistas, bajo este aspecto, han ganado la delantera al clero católico, cuyos claustros convocan cada día menor suma de vocaciones de evangelización.
El concepto de que el problema del indio es un problema de educación, no aparece sufragado ni aun por un criterio estricta y autónomamente pedagógico. La pedagogía tiene hoy más en cuenta que nunca los factores sociales y económicos. El pedagogo moderno sabe perfectamente que la educación no es una mera cuestión de escuela y métodos didácticos. El medio económico social condiciona inexorablemente la labor del maestro. El gamonalismo es fundamentalmente adverso a la educación del indio: su subsistencia tiene en el mantenimiento de la ignorancia del indio el mismo interés que en el cultivo de su alcoholismo. La escuela moderna en el supuesto de que, dentro de las circunstancias vigentes, fuera posible multiplicarla en proporción a la población escolar campesina _ es incompatible con el latifundio feudal. La mecánica de la servidumbre, anularía totalmente la acción de la escuela, si esta misma, por un milagro inconcebible dentro de la realidad social, consiguiera conservar, en la atmósfera del feudo, su pura misión pedagógica. La más eficiente y grandiosa enseñanza normal no podía operar estos milagros. La escuela y el maestro están irremisiblemente condenados a desnaturalizarse bajo la presión del ambiente feudal, inconciliable con la más elemental concepción progresista o evolucionista de las cosas. Cuando se comprende a medias esta verdad, se descubre la fórmula salvadora en los internados indígenas. Mas la insuficiencia clamorosa de esta fórmula se muestra en toda su evidencia, apenas se reflexiona en el insignificante porcentaje de la población escolar indígena que resulta posible alojar en estas escuelas.
La solución pedagógica, propugnada por muchos con perfecta buena fe, está ya hasta oficialmente descartada. Los educacionistas son, repito, los que menos pueden pensar en independizarla de la realidad económico-social. No existe, pues, en la actualidad, sino como una sugestión vaga e informe, de la que ningún cuerpo y ninguna doctrina se hace responsable.
El nuevo planteamiento consiste en buscar el problema indígena en el problema de la tierra.

II. Sumaria revisión histórica

La población del Imperio Inkaico, conforme a cálculos prudentes, no era menor de diez millones. Hay quienes la hacen subir a doce y aun a quince millones. La Conquista fue, ante todo, una tremenda carnicería. Los conquistadores españoles, por su escaso número, no podían imponer su dominio sino aterrorizando a la población indígena, en la cual produjeron una impresión supersticiosa las armas y los caballos de los invasores, mirados como seres sobrenaturales. La organización política y económica de la Colonia, que siguió a la Conquista, no puso término al exterminio de la raza indígena. El Virreinato estableció un régimen de brutal explotación. La codicia de los metales preciosos, orientó la actividad económica española hacia la explotación de las minas que, bajo los inkas, habían sido trabajadas en muy modesta escala, en razón de no tener el oro y la plata sino aplicaciones ornamentales y de ignorar los indios, que componían un pueblo esencialmente agrícola, el empleo del hierro. Establecieron los españoles, para la explotación de las minas y los "obrajes", un sistema abrumador de trabajos forzados y gratuitos, que diezmó la población aborigen. Esta no quedó así reducida sólo a un estado de servidumbre como habría acontecido si los españoles se hubiesen limitado a la explotación de las tierras conservando el carácter agrario del país _ sino, en gran parte, a un estado de esclavitud. No faltaron voces humanitarias y civilizadoras que asumieron ante el Rey de España la defensa de los indios. El padre de Las Casas sobresalió eficazmente en esta defensa. Las Leyes de Indias se inspiraron en propósitos de protección de los indios, reconociendo su organización típica en "comunidades". Pero, prácticamente, los indios continuaron a merced de una feudalidad despiadada que destruyó la sociedad y la economía inkaicas, sin sustituirlas con un orden capaz de organizar progresivamente la producción. La tendencia de los españoles a establecerse en la Costa ahuyentó de esta región a los aborígenes a tal punto que se carecía de brazos para el trabajo. El Virreinato quiso resolver este problema mediante la importación de esclavos negros, gente que resulto adecuada al clima y las fatigas de los valles o llanos cálidos de la costa, e inaparente, en cambio, para el trabajo de las minas, situadas en la Sierra fría. El esclavo negro reforzó la dominación española que a pesar de la despoblación indígena, se habría sentido de otro modo demográficamente demasiado débil frente al indio, aunque sometido, hostil y enemigo. El negro fue dedicado al servicio doméstico y a los oficios. El blanco se mezcló fácilmente con el negro, produciendo este mestizaje uno de los tipos de población costeña con características de mayor adhesión a lo español y mayor resistencia a lo indígena.
La Revolución de la Independencia no constituyó, como se sabe, un movimiento indígena. La promovieron y usufructuaron los criollos y aun los españoles de las colonias. Pero aprovechó el apoyo de la masa indígena. Y, además, algunos indios ilustrados como Pumacahua, tuvieron en su gestación parte importante. El programa liberal de la Revolución comprendía lógicamente la redención del indio, consecuencia automática de la aplicación de sus postulados igualitarios. Y, así, entre los primeros actos de la República, se contaron varias leyes y decretos favorables a los indios. Se ordenó el reparto de tierras, la abolición de los trabajos gratuitos, etc.; pero no representando la revolución en el Perú el advenimiento de una nueva clase dirigente, todas estas disposiciones quedaron sólo escritas, faltas de gobernantes capaces de actuarlas. La aristocracia latifundista de la Colonia, dueña del poder, conservó intactos sus derechos feudales sobre la tierra y, por consiguiente, sobre el indio. Todas las disposiciones aparentemente enderezadas a protegerlo, no han podido nada contra la feudalidad subsistente hasta hoy.
El Virreinato aparece menos culpable que la República. Al Virreinato le corresponde, originalmente, toda la responsabilidad de la miseria y la depresión de los indios. Pero, en ese tiempo inquisitorial, una gran voz cristiana, la de fray Bartolomé de Las Casas, defendió vibrantemente a los indios contra los métodos brutales de los colonizadores. No ha habido en la República un defensor tan eficaz y tan porfiado de la raza aborigen.
Mientras el Virreinato era un régimen medioeval y extranjero, la República es formalmente un régimen peruano y liberal. Tiene, por consiguiente, la República deberes que no tenía el Virreinato. A la República le tocaba elevar la condición del indio. Y contrariando este deber, la República ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha exasperado su miseria. La República ha significado para los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras. En una raza de costumbre y de alma agrarias, como la raza indígena, este despojo ha constituido una causa de disolución material y moral. La tierra ha sido siempre toda la alegría del indio. El indio ha desposado la tierra. Siente que "la vida viene de la tierra" y vuelve a la tierra. Por ende, el indio puede ser indiferente a todo, menos a la posesión de la tierra que sus manos y su aliento labran y fecundan religiosamente. La feudalidad criolla se ha comportado, a este respecto, más ávida y más duramente que la feudalidad española. En general, en el "encomendero" español había frecuentemente algunos hábitos nobles de señorío. El "encomendero" criollo tiene todos los defectos del plebeyo y ninguna de las virtudes del hidalgo. La servidumbre del indio, en suma, no ha disminuido bajo la República. Todas las revueltas, todas las tempestades del indio, han sido ahogadas en sangre. A las reivindicaciones desesperadas del indio les ha sido dada siempre una respuesta marcial. El silencio de la puna ha guardado luego el trágico secreto de estas respuestas. La República ha restaurado, en fin, bajo el título de conscripción vial, el régimen de las "mitas".
La República, además, es responsable de haber aletargado y debilitado las energías de la raza. La causa de la redención del indio se convirtió bajo la República, en una especulación demagógica de algunos caudillos. Los partidos criollos la inscribieron en su programa. Disminuyeron así en los indios la voluntad de luchar por sus reivindicaciones.
En la Sierra, la región habitada principalmente por los indios, subsiste apenas modificada en sus lineamientos, la más bárbara y omnipotente feudalidad. El dominio de la tierra coloca en manos de los gamonales, la suerte de la raza indígena, caída en un grado extremo de depresión y de ignorancia. Además de la agricultura, trabajada muy primitivamente, la Sierra peruana presenta otra actividad económica: la minería, casi totalmente en manos de dos grandes empresas norteamericanas. En las minas rige el salariado; pero la paga es ínfima, la defensa de la vida del obrero casi nula, la ley de accidentes de trabajo burlada. El sistema del "enganche", que por medio de anticipos falaces esclaviza al obrero, coloca a los indios a merced de estas empresas capitalistas. Es tanta la miseria a que los condena la feudalidad agraria, que los indios encuentran preferible, con todo, la suerte que les ofrecen las minas.
La propagación en el Perú de las ideas socialistas ha traído como consecuencia un fuerte movimiento de reivindicación indígena. La nueva generación peruana siente y sabe que el progreso del Perú será ficticio, o por lo menos no será peruano, mientras no constituya la obra y no signifique el bienestar de la masa peruana que en sus cuatro quintas partes es indígena y campesina. Este mismo movimiento se manifiesta en el arte y en la literatura nacionales en los cuales se nota una creciente revalorización de las formas y asuntos autóctonos, antes depreciados por el predominio de un espíritu y una mentalidad coloniales españolas. La literatura indigenista parece destinada a cumplir la misma función que la literatura "mujikista" en el período pre-revolucionario ruso. Los propios indios empiezan a dar señales de una nueva conciencia. Crece día a día la articulación entre los diversos núcleos indígenas antes incomunicados por las enormes distancias. Inició esta vinculación, la reunión periódica de congresos indígenas, patrocinada por el Gobierno, pero como el carácter de sus reivindicaciones se hizo pronto revolucionario, fue desnaturalizada luego con la exclusión de los elementos avanzados y la leva de representaciones apócrifas. La corriente indigenista presiona ya la acción oficial. Por primera vez el Gobierno se ha visto obligado a aceptar y proclamar puntos de vista indigenistas, dictando algunas medidas que no tocan los intereses del gamonalismo y que resultan por esto ineficaces. Por primera vez también el problema indígena, escamoteado antes por la retórica de las clases dirigentes, es planteado en sus términos sociales y económicos, identificándosele ante todo con el problema de la tierra. Cada día se impone, con más evidencia, la convicción de que este problema no puede encontrar su solución en una fórmula humanitaria. No puede ser la consecuencia de un movimiento filantrópico. Los patronatos de caciques y de rábulas son una befa. Las ligas del tipo de la extinguida Asociación Pro-Indígena son una voz que clama en el desierto. La Asociación Pro-Indígena no llegó en su tiempo a convertirse en un movimiento. Su acción se redujo gradualmente a la acción generosa, abnegada, nobilísima, personal de Pedro S. Zulen y Dora Mayer. Como experimento, el de la Asociación Pro-Indígena sirvió para contrastar, para medir, la insensibilidad moral de una generación y de una época.
La solución del problema del indio tiene que ser una solución social. Sus realizadores deben ser los propios indios. Este concepto conduce a ver en la reunión de los congresos indígenas un hecho histórico. Los congresos indígenas, desvirtuados en los últimos años por el burocratismo, no representaban todavía un programa; pero sus primeras reuniones señalaron una ruta comunicando a los indios de las diversas regiones. A los indios les falta vinculación nacional. Sus protestas han sido siempre regionales. Esto ha contribuido, en gran parte, a su abatimiento. Un pueblo de cuatro millones de hombres, consciente de su número, no desespera nunca de su porvenir. Los mismos cuatro millones de hombres, mientras no son sino una masa orgánica, una muchedumbre dispersa, son incapaces de decidir su rumbo histórico.

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Prólogo a Tempestad en los Andes de Luis E. Valcárcel

José Carlos Mariátegui

Prólogo a Tempestad en los Andes
de Luis E. Valcárcel


Escrito: En 1927.
Primera edición: En Luis E. Valacárcel, Tempestad en los Andes, Perú, 1927.
Fuente: La Sierra, vol. 1, no. 10, octubre de 1927, Lima - Perú
Preparado para el Internet: Por Juan R. Fajardo, para el MIA, mayo de 2000.





Después de habernos dado en sus obras "De la Vida Inkaika" y "Del Ayllu al Imperio" una interpretación esquemática de la historia d el Tawantinsuyo, Luis E. Valcárcel nos ofrece en este libro una visión limitada del presente autóctono. Este libro anuncia "el advenimiento de un mundo", la aparición del nuevo indio. No puede ser, por consiguiente, una crítica objetiva, un análisis neutral; tiene que ser una apasionada afirmación, una exaltada protesta.
Valcárcel percibe claramente el renacimiento indígena porque cree en él. Un movimiento histórico una gestación no puede ser entendido, en toda su trascendencia, sino por los que luchan por que se cumpla. (El movimiento socialista, por ejemplo, solo es comprendido cabalmente por sus militantes. No ocurre lo mismo con los movimientos ya realizados. El fenómeno capitalista no ha sido entendido y explicado por nadie tan amplia y exactamente como por los socialistas).
La empresa de Valcárcel en esta Obra, si la juzgamos como la juzgaría Unamuno, no es de profesor sino de profeta. No se propone meramente regisstrar los hechos que anuncian o señalan la formación de nueva conciencia indígena, sino traducir su íntimo sentido histórico, ayudando a esa conciencia indígena a encontrarse y revelarse a sí misma. La interpretación, en este caso, tal vez como en ninguno, asume el valor de una creación.
"Tempestad en los Andes" no se presenta como una obra de doctrina ni de teoría. Valcárcel siente resucitar la raza keswa. El tema de su obra es esta resurrección. Y no se prueba que un pueblo vive, teorizando o razonando, sino mostrándolo viviente. Este es el procedimiento seguido por Valcárcel, a quien, más que el alcance o la vía del renacimiento indígena, le preocupa documentarnos su evidencia y su realidad.
La primera parte de "Tempestad en los Andes" tiene una entonación profética. Valcárcel pone en su prosa vehemente la emocion y la idea del resurgimiento inkaiko. No es el Inkario lo que revive; es el pueblo del Inka que, después de cuatro siglos de sopor, se pone otra vez en marcha hacia sus' destinos. Comentando el primer libro de Valcárcel yo escribí que ni las conquistas de la civilización occídental ni las consecuencias vitales de la colonia y la república, son renunciables.* Valcárcel reconoce estos límites a su anhelo.
En la segunda parte del libro, un conjunto de cuadros llenos de color y movimiento nos presenta la vida rural indigena. La prosa de Valcárcel asume un acento tiernameate bucólico cuando evoca, en sencillas estampas, el encanto rústico del agro serrano. El panfletario vehemente reaparece en la descripción de los "poblachos mestizos", para trazar el sórdido cuadro del pueblo parasitario, anquilosado, cancetoso, alcohólico y carcomido, donde han degenerado en un mestizaje negativo las cualidades del español y del indio.
En la tercera parte asistimos á los episodios característicos del drama del indio. El paisaje es el mismo, pero sus colores y sus voces son distintos. La sierra geórgica de la siembra, la cosecha y la kaswa se convierte en la sierra trágíca del gamonal y de la mita. Pesa sobre los ayllus campesinos el despotismo brutal del láfundista, del kelkere y del gendarme.
En la cuarta parte, la sierra amanece grávida de esperanza. Ya no la habita una raza unánime en la resignación y etrenunciamiento. Pasa por la aldea y el agro serranos una ráfaga insólita. Aparecen los "indios nuevos": aquí el maestro, el agitador; allá el labriego, el pastor, que no son ya los mismos que antes. A su advenimienso no ha sido extraño el misionero adventista, en la aparición de cuya obra no acompaño sin prudentes reservas a Valcárcel por una razón: el carácter de avanzadas del imperialismo anglo-sajón que, como lo advierte Alfredo Palacios, pueden revestir estas misiones. El "nuevo indio" no es un ser mítico abstracto, al cual preste existencia solo la fé del profeta. Lo sentimos viviente, real, activo, en las estancias finales de esta "película serrana", que es como el propio autor define a su libro Lo que distingue al "nuevo indio" no es la instrucción sino el espíritu. (El alfabeto no redime al indio.) El "nuevo indio" espera. Tiene una meta. He ahí su secreto y su fuerza. Todo lo demás existe en él por añadidura. Así lo he con, ocido yo también en más de un mensajero de la raza venido a Lima. Recuerdo el imprevisto e impresionante tipo de agitador que éncontré hace cuatro años en el indio puneño Ezequiel Urviola. Este encuentro fué la más fuerte sórpresa que me reservó el Perú a mi regreso de Europa. Urviola representaba la primera chispa de un incendio por venir. Era el indio revolucionario, el indio socialista. Tuberculoso, jorobado, sucumbió al cabo de dos años de trabajo infatigable. Hoy no importa ya que Urviola no exista. Basta que haya existido. Como dice Valcárcel, hoy la sierra está preñada de espartacos.
El "nuevo indio" explica e ilustra el verdadero carácter del indigenismo que tiene en Valcárcel uno de sus más apasionados evangelistas. La fé en el resurgimiento indígena no proviene de un proceso de "occidentalización" material de la tierra keswa. No es la civilización, no es el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena es absolutamente revolucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos del despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas razas en colapso: hidúes, chinos, etc. La historia universal tiende hoy como núnca a regirse por el mismo cuadrante. ¿Por qué ha de ser el pueblo inkaiko, que construyó el más desarrollado y armónico sistema comunista, el único insensible a la emoción mundial? La consanguinidad del movimiénto indigenista con las corrientes revolucionarias mudiales es demasiado evidente para gue precise documentarla. Yo he dicho ya que he llegado al entendimiento y a la valoración justa de lo indígena pot la vía del socialiamo. El caso de Valcárcel demuestra lo exacto de mi experiencta personal. Hombre de diversa formación inteléctual, influido por sus gustos tradicionalistas, orientado por didtinto género de sugestiones y estudios, Valcárce; resuelve políticamente su indigenismo en socialismo. En este libro nos dice, entre otras cosas, que "el proletariado indígena espera su Lenin". No sería diferente el lenguaje de un marxista.
La reivindicación indígena carece de concreción histórica mientras se mantiene en un plano filosófico o cultural. Para adquirirla -esto es para adquirir realidad, corporeidad,- necesita convertirse en reivindicación económica y política. El socialismo nos ha enseñado a plantear el problema indígena en nuevos términos. Hemos dejado de considerarlo abstractamente como problema étnico o moral para reconocerlo concretamente como problema social, económico y político. Y entonces, lo hemos sentido, por primera vez, esclarecido y demarcado.
Los que no han roto todavía el cerco de su educáción liberal burguesa, y, colocandose en una posición abstractista y literaria, se entretienen en barajar los aspectos raciales del problema, olvidan que la política y, por tanto la economía lo dominan fundamentalmente. Emplean un lenguaje pseudoidealista para escamotear la realidad disimulándola bajo sus atributos y consecuencias. Oponen a la dialéctica revolucionaria un confuso galimatías crítico, conforme al cual la solución del problema indígena no puede partir de una reforma o hecho político porque a los efectos inmediatos de éste escaparía una compleja multitud de costumbres y vicios que solo pueden transformarse a través de una evolución lenta y normal.
La historia, afortunadamente, resuelve todas las dudas y desvanece todos los equívocos. La conquista fué un hecho político. Interrumpió bruscamente el proceso autónomo de la nación keswa, pero no implicó una repentina sustitución de las leyes y costumbres de los nativos por las de los conquistadores. Sin embargo, ese hecho político abrió, en todos los órdenes de cosas, así espirituales como materiales, un nuevo período. El cambio de régimen bastó para mudar desde sus cimientos la vida del pueblo keswa. La Independencia fué otro hecho político. Tampoco correspondió a una radical transformación de la estructura económica y social del Perú; pero inauguró, no obstante, otro período de nuestra historia, y si no mejoró prácticamente la condición del indígena, por no haber tocado casi la infraestructura económica colonial, cambió su situación jurídica, y franqueó el camino de su emanpación política y social. Si la República no siguió este camino, la responsabilidad de la omisión corresponde exclusivamente a la clase que usufructuó la obra de los libertadores tan rica potencialmente en valores y principios creadores.
El problema indígena no admite ya la mistificación a que perpetuamente lo han sometido una turba de abogados y literatos, consciente o inconscientemente mancomunados con los intereses de la casta latifundista. La miseria moral y material de la raza indígena aparece demasíado netamente como una simple coñsecuencia del régimén económico y social que sobre ella pesa desde hace siglos. Este régimen, sucesor de la feudalidad colonial, es el gamonalismo. Bajo su imperio, no se puede hablar seriamente de redención del indio.
El término gamonalismo no designa solo una categoría social y económica: la de los latifundistas o grandes propietarios agrarios. Designa todo un fenómeno. El gamonalismo no está representado solo por gamonales propiamente dichos. Comprende una larga jerarquía de funcionarios, íntermediarios, agentes, parásitos, etc. El indio alfabeto se transforma en un explotador de su propia raza porque se pone al servicio del gamonalismo. El factor central del fenómeno es la hegemonía de la gran propiedad semifeudal en la política y el mecanismo del Estado. Por consiguiente, es sobre este factor sobre el que se debe actuar si se quiere atacar en su raiz un mal del cual algunos se empeñan en no contemplar sino las expresiones episódicas o subsidiarias.
Esa liquidación del gamonalismo, o de la feudalidad, podía haber sido realizada por la república dentro de los principios liberales y capitalistas. Pero por las razones que llevo ya señaladas en otros estudios, estos principios no han dirigido efectiva y plenamente nuestro pro- ceso histórico. Saboteados por la propia clase encargada de aplicarlos, durante más de un siglo han sido impotentes para redimir al indio de una servidumbre que constituía un hecho absolutamente solidario con el de la feudalidad. No es el caso de esperar que hoy, que estos principios están en crisis en el mundo, adquieran repentinamente en el Perú una insólita vitali- dad creadora.
El pensamiento revolucionario, y aún el reformista, no puede ser ya liberal sino socialista. El socialismo aparece en nuestra historia nó por una razón de azar, de imitación o de moda, como espíritus superficiales suponen, sino como una fatalidad histórica. Y sucede que mientras, de un lado, los que profesamos el socialismo propugnamos lógica y coherentemente la reorganización del país sohre bases socialistas y, -constatando que el régimen económico y político que combatimos se ha convertido gradualmente en una fuerza de colonización del país por los capitalismos imperialistas extranjeros, -proclamamos que este es un instante de nuestra historia en que no es posible ser efectivamente nacionalista y revolucionario sin ser socialista; de otro lado no existe en el Perú, como no ha existido nunca, una burguesía progresista, con sentido nacional, que se profese liberal y democrática y que inspire su política en los postulados de su doctrina. Con la excepción única de los elementos tradicionalmente conservadores, no hay ya en el Perú, quien con mayor o menor sinceridad no se atribuya cierta dosis de socialismo.
Mentes poco críticas y profundas pueden supozier que la liquidación de la feudalidad es empresa típica y específicamente liberal y burguesa y que pretender convertirla en función socialista es torcer romántícamente las leyes de la historia.
Este criterio simplista de teóricos de poco calado, se opone al socialismo sin más argumento que el de que el capitalismo no ha agotado su misión en el Perú. La sorpresa de sus sustentadores será extraordinaria cuando se enteren de que la función del socialismo en el gobierno de la nación, según la hora y el compás histórico a que tenga que ajustarse, será en gran parte la de realizar el capitalismo, -vale decir las posibilidades históricamente vitales todavía del capitalismo, -en el sentido que convenga a los intereses del progreso social.
Valcárcel que no parte de apriorismos doctrinarios, -como se puede decir, aunque inexacta y superficialmente de mí y los elementos que me son conocidamente más próximos de la nueva generación, -encuentra por esto la misma vía que nosotros a través de un trabajo natural y espontáneo de conocimiento y penetración del problema indígena. La obra que ha escrito no es una obra teórica y crítica. Tiene algo de evangelio y hasta algo de apocalipsis. Es la obra de un creyente. Aquí no están precisamente los principios de la revolución que restituirá a la raza indígena su sitio en la historia nacional; pero aquí están sus mitos. Y desde que el alto espíritu de Joreg Sorel, reaccionando contra el mediocre positivismo de que estaban contagiados los socialistas de su tiempo, descubrió el valor perenne del Mito en la formación de los grandes movimientos populares, sabemos muy bien que éste es un aspecto de la lucha que, dentro del más perfecto realismo, no debemos negligir ni subestimar.
"Tempestad en los Andes" llega a su hora. Su voz herirá todas las conciencias sensibles. Es la profesía apasionada que anuncia un Perú nuevo. Y nada importa que para unos sean los hechos los que crean la profesía y para otros sea la profesía la que crea los hechos.
José Carlos MARIATEGUI



* He aquí, precisamente, lo que entonces ("Mundial", setiembre de 1925) escribí:

"Valcárcel va demasiado lejos, como casi siempre que se deja rienda suelta a la imaginación. Ni la civilización occidental está tan agotada y putrefacta como Valcárcel supone. Ni una vez adquiridas sus experiencia, su técnica y sus ideas, el Perú puede renunciar místicamente a tan válidos y preciosos instrumentos para volver, con áspera intransigencia, a sus antiguos mitos agrarios. La conquista, mala y todo, ha sido un hecho histórico. La República, tal como existe, es otro hecho histórico. Contra los hechos históricos, poco o nada pueden las especulaciones abstractas de la inteligencia ni las concepciones puras del espíritu. La historia del Perú, no es sino una parcela de la história humana. En cuatro siglos se ha formado una realidad nueva. La han creado los aluviones de Occidente. Es una realidad debil. Pero es, de todos modos una realidad. Sería excesivamente romántico, decidirse hoy a ignorarla."

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