“Instrúyanse, porque necesitaremos toda nuestra inteligencia. Conmuévanse porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitaremos toda nuestra fuerza.” A.Gramsci.

La política de alianzas de la izquierda marxista en el inicio del siglo XXI José Ramón Balaguer Cabrera. Miembro del Buró Político del PC Cuba

viernes, 26 de junio de 2009

La política de alianzas de la izquierda marxista en el inicio del siglo XXI

José Ramón Balaguer Cabrera. Miembro del Buró Político del Partido Comunista de Cuba

A partir de sus experiencias propias y del análisis de las victorias y reveses que conforman la historia de las luchas populares, el Partido Comunista de Cuba considera que existe un grupo premisas para la formulación de la política de alianzas, aplicables, no solo a los partidos comunistas, sino a todas las organizaciones marxistas contemporáneas: ¿Cómo caracterizamos la situación y perspectivas del sistema capitalista de producción en el inicio del siglo XXI? A partir de esa definición, ¿qué objetivos nos proponemos? ¿Qué sector o sectores socio clasistas conforma hoy el sujeto o bloque fundamental de la lucha por la consecución de tales objetivos? ¿Qué otros sectores constituyen el espectro de sus aliados potenciales? Y, ¿Cuáles son las condiciones y las bases para el establecimiento de las alianzas entre el sujeto o bloque fundamental de las luchas y el resto de los sectores susceptibles de participar en ellas?

Sólo las dos primeras de estas cuestiones tienen una respuesta universal, categórica e inequívoca, a saber, la caracterización del capitalismo como un sistema social senil, que se encuentra en estado de avanzada e irreversible descomposición, y el objetivo estratégico de construir una sociedad socialista, única alternativa a la barbarie a la que se refiriera Rosa Luxemburgo. Con respecto al resto de los problemas planteados, si bien resulta posible y necesario hacer consideraciones generales que ayuden a darle soluciones adecuadas, son las condiciones imperantes en cada en cada continente, región y nación -y en cada coyuntura- las que determinan el contenido de tales soluciones.

EL Imperialismo Contemporáneo y la Vigencia de la Lucha por el Socialismo.

En virtud del impacto político e ideológico de la desaparición de la Unión Soviética y otros países de la llamada Comunidad Socialista de Europa, que dejó el terreno libre para el afianzamiento de la doctrina neoliberal, junto con una amplia gama de seudo teorías asociadas a ella -como la del "fin de la historia"-, dos mitos han jugado un papel determinante en la producción teórica y política sobre el capitalismo contemporáneo desde principios de la década de mil novecientos noventa: el primero es que la "globalización" provoca una ruptura drástica en el desarrollo histórico de la humanidad, que impide la comprensión y la transformación de la sociedad; el segundo consiste en atribuirle a la llamada Revolución Científico Técnica la capacidad de conjurar o posponer de manera indefinida el estallido de las contradicciones antagónicas del sistema capitalista.

Los fetiches de la "globalización" y la "Revolución Científico Técnica" constituyen la base fundamental de las diversas variantes del tercerismo de nuestros días, que ya no pretenden colocarse entre los polos políticos e ideológicos posteriores al triunfo de la Revolución de Octubre de 1917, es decir, entre el capitalismo y el socialismo, sino que -ubicadas abiertamente dentro del capitalismo- dicen ocupar un espacio "democrático" y "socialmente motivado" entre el neoliberalismo más descarnado (simbolizado por los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Tatcher) y los remanentes del llamado Estado de Bienestar que funcionó en una parte de Europa Occidental durante la segunda posguerra mundial del siglo XX.

Con esta caracterización de "ruptura histórica" y capacidad de "auto renovación permanente" del sistema capitalista de producción, se corresponde: a) una estrategia orientada a limitar los efectos más desestabilizadores del proceso de concentración del poder político y económico, cuya esencia no se plantea alterar en lo absoluto; b) una táctica basada en concesiones dirigidas a conseguir o mantener la tolerancia del capital para el ejercicio de la función de gobierno o la preservación de cuotas de representación institucional, desprovistas de la capacidad de ejercicio del poder político real en cuestiones medulares; c) una definición no clasista del sujeto de las luchas que, a pesar del proceso sin precedentes de concentración de la riqueza y polarización social que se desarrolla a escala universal, pasa por alto la ubicación de los seres humanos respecto a las relaciones de propiedad; d) una definición imprecisa de los "aliados", derivada, en primer término, de la falta de una concepción clasista de quiénes conforman el sujeto fundamental de las luchas y, e) el desempeño de un papel subordinado y secundario en la política de alianzas.

A diferencia de la imagen que proyecta de sí mismo, el imperialismo contemporáneo se caracteriza por el ascenso a un grado cualitativamente superior de concentración de la propiedad, la producción y el poder político, con otras palabras, por la escalada a un grado de concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político, cuyo núcleo lo constituyen los monopolios transnacionales, que se encuentran fundidos con los Estados de las principales potencias imperialistas, los cuales también asumen funciones transnacionales. Este proceso, que constituye la actual etapa del avance hacia la universalización de las relaciones humanas analizado por Carlos Marx y Federico Engels, es al que con mayor frecuencia se alude con el término "globalización". La globalización constituye la continuidad histórica de la tendencia a la universalización del capitalismo, iniciada con la formación del mercado mundial; se asienta sobre premisas políticas y económicas acumuladas en el transcurso del siglo XX y, en particular, durante la segunda posguerra; inicia su etapa de despliegue a partir de los años setenta, es decir, a partir del fin de las dos décadas de crecimiento expansivo de la economía capitalista mundial abiertas por la destrucción de fuerzas productivas ocasionada por la Segunda Guerra Mundial y, recibe un decisivo impulso político e ideológico con la agudización de la crisis y el derrumbe de la Unión Soviética, que le permiten alcanzar su máxima intensidad y violencia.

También a diferencia de los postulados de los apologistas del capitalismo, la llamada Revolución Científico Técnica en modo alguno resuelve o permite posponer de manera indefinida las contradicciones antagónicas del sistema capitalista de producción. El término Revolución Científico Técnica es el más utilizado para hacer referencia al desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas del capital durante la posguerra, que obedeció, entre otros, al estímulo a la intensificación de los procesos productivos provocado por la reconstrucción europea y la carrera armamentista. Pero la noción de conjuro de contradicciones es falsa porque, precisamente, fue este desarrollo el que, a finales de la década de mil novecientos sesenta -una vez reconstruida la capacidad productiva de Europa Occidental y Japón-, provoca el retorno de las crisis de superproducción de mercancías, capitales y de población.

El reinado de los monopolios transnacionales no transcurre -como pretenden quienes imponen la apertura y desregulación unilateral de los países subdesarrollados- bajo el signo de la expansión universal de la inversión productiva, la "transferencia" de los avances de la ciencia y la técnica, el acceso a los mercados del "Primer Mundo" ni el "derrame" de la riqueza. Por el contrario, en una economía mundial sobresaturada de mercancías, capitales y fuerza de trabajo, en la que rige la ley del más fuerte, las empresas monopolistas transnacionales utilizan, con una intensidad sin precedentes, todo su poderío económico y su control sobre las innovaciones científico técnicas, junto con el poder político y militar de los Estados imperialistas de sus naciones de origen, para penetrar en las áreas de mayor desarrollo relativo del llamado Tercer Mundo, con el propósito de absorber o destruir los capitales locales, cuyos mercados necesitan captar para garantizar su propia subsistencia.

El imperio de los monopolios transnacionales entroniza en el mundo subdesarrollado un círculo vicioso de apertura irrestricta a la importación de mercancías y capitales, quiebra de la industria nacional, dolarización o sobre valuación monetaria -que garantiza máxima utilidad en la remesa al exterior de las ganancias-, aumento del desempleo y la informalización del trabajo, descenso del nivel de vida de la población y, por consiguiente, reducción de la capacidad de solvencia del mercado nacional del que se han apropiado. El equilibrio de la balanza de pagos se mantiene, de manera temporal y precaria, mediante el incremento de las tasas de interés destinado a atraer los flujos de capitales especulativos, que constituyen el principal instrumento de expropiación del imperialismo. Como lo demuestra -entre otras- la crisis argentina, una vez succionada toda la sangre, una vez agotadas todas las posibilidades de captación de ingresos y reducción de egresos del Estado nacional dependiente -para poder mantener la espiral del endeudamiento externo-, el cadáver del mercado nacional, que tan diligentemente fue "reestructurado" y "reformado" de acuerdo con las recetas neoliberales, es abandonado por los vampiros, a menos que el temor de un efecto en cadena de la crisis económica y financiera aconseje una operación de "salvataje", que comprometa aún más el futuro nacional.

La senilidad del capitalismo de nuestros días se hace evidente porque una sociedad que, por definición, está asentada en el trabajo asalariado y la venta de mercancías, de manera creciente depende de la reducción del trabajo y los salarios y, por tanto, se ve obligada a acortar el horizonte del mercado que constituye su fuente de subsistencia. La degradación política, económica, social, moral y medioambiental del presente es el mayor signo de que ya el mundo ingresó en la fase de barbarie. Poco duró la fábula del "efecto de derrame", en virtud del cual el mundo entero estaría llamado a alcanzar los niveles de desarrollo económico que hoy monopolizan los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. Son cada día menos los que se resisten a constatar la realidad de que el programa de apertura y desregulación unilateral impuesto por el neoliberalismo no es una ventana al "Primer Mundo", sino una puerta abierta de par en par hacia la crisis política, económica, social y moral. Se engañan quienes piensan que las grandes potencias imperialistas pueden refugiarse en un "Arca de Noé" que las salvará del "diluvio universal".

Los atentados terroristas del 11 de setiembre del 2001 constituyen un trágico e injustificable recordatorio de que las fronteras de las grandes potencias imperialistas no sirven para contener los efectos universales del subdesarrollo, la pobreza, la insalubridad, la incultura, el analfabetismo, el narcotráfico, las guerras, el terrorismo, ni las crisis económicas y financieras que se originan, precisamente, por la incapacidad del capitalismo de orientar la producción hacia la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales de todos los seres humanos que habitan el planeta. Es esta realidad, que ya toca a nuestras puertas, la que coloca a la humanidad frente a la disyuntiva planteada por Rosa: "socialismo o barbarie", con otras palabras, esta es la realidad que reafirma nuestra convicción de que el objetivo estratégico de la lucha de los pueblos tiene que ser la construcción del socialismo.

Desarrollo del Marxismo: clave para determinar el sujeto de las luchas y sus aliados potenciales.

La lucha de clases y la política de alianzas han sido objetos fundamentales del estudio teórico y la práctica política marxista desde los trabajos iniciales de los clásicos. En el Manifiesto del Partido Comunista, Carlos Marx y Federico Engels afirman que "de todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria". A partir de esta premisa, orientan su análisis hacia el papel de los "estamentos medios" -que desempeñan un papel ambivalente entre la burguesía y el proletariado- y derivan sus conclusiones sobre las condiciones en las cuales esos "estamentos medios" mantienen un carácter reaccionario, es decir, cuando "pretenden volver atrás la rueda de la historia" y sobre las condiciones en las cuales pueden llegar a ser participantes de la revolución social, a saber, "cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado". Marx y Engels también enfocan su atención en el lumpen proletariado, que "puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria", pero "está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras".

Con posterioridad a la publicación del Manifiesto del Partido Comunista, muchos autores -algunos de ellos considerados continuadores de la obra de Marx- han pasado por alto la palabra hoy contenida en la afirmación hecha en esa obra de que "solo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria", de lo que se derivan múltiples vulgarizaciones del pensamiento marxista, incluida la noción de que en cualesquiera circunstancias históricas el proletariado está necesariamente llamado a ejercer ese rol, o que ese carácter le está reservado de manera exclusiva. Quienes incurren en estos errores, pierden de vista que fueron los propios Marx y Engels los primeros en analizar problemas tales como el papel de la introducción de nueva maquinaria en el incremento de la competencia entre obreros -y de cada obrero consigo mismo-, el efecto de zapa que la creciente división del trabajo provoca contra la organización y la lucha del proletariado -que, efectivamente, alcanza su máxima expresión con la introducción de la división transnacional del trabajo- y las consecuencias políticas e ideológicas del surgimiento de la "aristocracia obrera" -beneficiada de la explotación más descarnada de las colonias y de otros sectores de su propia clase-, que tendría un impacto decisivo en el auge alcanzado por el reformismo socialdemócrata en el movimiento obrero europeo en el transcurso del siglo XX. En sentido inverso, los vulgarizadores del marxismo también pierden de vista que, con independencia de los cambios ocurridos durante los últimos ciento cincuenta años, la contradicción entre burgueses y proletarios sigue siendo la contradicción antagónica fundamental del capitalismo.

No es la intención de este trabajo profundizar sobre el papel del proletariado -y, dentro de él, el proletariado de las potencias imperialistas- en la actual fase del desarrollo histórico de la lucha de clases. Sin embargo, solo para refutar algunas de las principales seudo teorías en boga, recordemos: 1) que la clase obrera sigue siendo la productora de la casi totalidad de la masa de riqueza social sobre la que se asienta, no solamente el desarrollo, sino la subsistencia misma de la humanidad, por lo que su papel en la lucha de clases sigue siendo determinante y, 2) que, a diferencia de lo ocurrido durante el crecimiento expansivo de la economía capitalista mundial de posguerra, el proceso de valorización del capital dentro de las principales potencias imperialistas ya no es compatible con el incremento general del empleo, los salarios y otras formas de redistribución social, lo que conspira contra el mantenimiento del llamado Estado de Bienestar, todavía hoy erróneamente considerado por algunos como el último y definitivo estadio hacia el que avanza sistema capitalista de producción.

Más que entrar en detalles sobre cuál era la composición socioclasista europea en el momento de redactado el Manifiesto del Partido Comunista u otras obras de Marx y Engels, interesa aprovechar su método de análisis para aplicarlo al mundo actual. En la Rusia zarista, el eslabón más débil de la cadena imperialista a principios del siglo XX, con tres millones de obreros y dieciocho millones de campesinos pobres, Lenin se percataba del rol revolucionario que debía desempeñar el campesinado junto a la clase obrera y, sobre esa base, proclamaba la alianza obrero campesina. La coherencia de este aporte con la tradición marxista resulta incuestionable: en la segunda edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista -publicada en 1882- ya Engels analizaba el papel potencial del campesinado pobre ante un eventual estallido de la revolución socialista en ese país.

Mucho se ha escrito durante los últimos años sobre las luchas sociales no originadas por contradicciones clasistas -aunque toda lucha social lleva, de manera inevitable, la impronta de la estructura de clases dentro de la cual se desarrolla. Este elemento debe, sin dudas, ser incorporado al análisis marxista del capitalismo contemporáneo. El punto de vista de Marx es siempre el de la totalidad del espacio de rotación del capital: sí se amplía el espacio de rotación, ha de ampliarse la mirada teórica. Como consecuencia de la universalización de las relaciones capitalistas de producción, que se ha desarrollado bajo los efectos de la ley del desarrollo económico y político desigual formulada por Lenin, el horizonte que abarca proceso de producción material y espiritual del capitalismo ya no es solo -ni eminentemente- europeo, "occidental", cristiano, blanco, masculino, de burgueses y proletarios "puros", regido por los parámetros generales de la democracia liberal burguesa, con un grado de desarrollo económico, político y social relativamente homogéneo y beneficiario de un planeta en el que aún no se habían acumulado los efectos depredadores del capital en el medio ambiente.

La creación de un espacio transnacional único de rotación del capital, que incorpora al proceso de producción material y espiritual de la sociedad burguesa a naciones con diversos grados de subdesarrollo político, económico y social, con religiones y culturas no cristianas -como la musulmana, la hinduista y las africanas, con mayorías y minorías nacionales autóctonas, con poblaciones negras descendientes de los esclavos africanos, con poblaciones asiáticas descendientes de los braseros traídos también en condiciones de esclavitud, con prácticas ancestrales de discriminación de la mujer, entre otras características, implica que una amplia y diversa gama de contradicciones y sujetos socio clasistas pasan a ocupar lugares centrales en la lucha contra el capital. Todos estos factores han de incorporarse al análisis marxista sobre la composición del bloque fundamental de las luchas populares, la identificación de sus aliados potenciales y la definición de las bases sobre las que es posible establecer tal alianza, tanto a escala universal, como en la imprescindible lectura de las circunstancias particulares y singulares en que cada partido o movimiento político marxista desarrolla sus luchas.

Como consecuencia lógica de la intencionalidad política e ideológica sus seudo teorías sobre la omnipotencia del capitalismo contemporáneo, el tercerismo socialdemócrata realiza una lectura parcial, fragmentaria y unilateral de las transformaciones socio clasistas supuestamente provocadas por la "globalización" y la "Revolución Científico Técnica". Entre sus "argumentos" principales resaltan: la "indefensión" en que supuestamente quedan los gobiernos, partidos políticos y sindicatos, como consecuencia de la movilidad transnacional del capital -que le permite a este último migrar si no recibe todo tipo de concesiones y privilegios- y la fragmentación que el capitalismo contemporáneo provoca en la clase obrera y otros sectores socio clasistas oprimidos, con su secuela negativa para la organización y lucha popular.

Con relación a la supuesta "indefensión" en que quedan sumidos naciones y pueblos, cabría decir que es innegable que el capital -en particular, el capital especulativo- utiliza su movilidad como mecanismo de presión y chantaje para obligar a los gobiernos, partidos políticos y sindicatos de distintos países y regiones a competir entre sí, pero también resulta innegable que: 1) la sobresaturación de los mercados de bienes, servicios y capitales, característica de la economía capitalista mundial de hoy en día, obliga al capital a "anclarse" en los crecientemente reducidos espacios a escala global en los que puede garantizar su reproducción ampliada; 2) ese "anclaje" tiene que mantenerse incluso si los gobiernos, partidos políticos y sindicatos del país en cuestión asumen y mantienen una postura de defensa de sus legítimos intereses nacionales y, 3) tal "anclaje" sería aún más sólido y efectivo si los gobiernos, partidos políticos y sindicatos de todo el mundo o, al menos, de una región -como podría ser, por ejemplo, América Latina y el Caribe- logran concertar y unificar sus posiciones de defensa de la soberanía y los intereses nacionales. No es tanta -insistimos- la capacidad que los factores "objetivos", atribuidos a la "globalización" y la "Revolución Científico Técnica, le otorgan al capital financiero transnacional para doblegar a gobiernos, partidos y sindicatos, como el éxito ideológico que ha cosechado al convencerlos de la supuesta fortaleza de un sistema social en estado de descomposición y de la también supuesta debilidad de los pueblos para luchar exitosamente contra él.

En cuanto a las dificultades organizativas y movilizativas para la lucha popular, resulta incuestionable que la metamorfosis del capitalismo contemporáneo provoca cambios en la estructura socioclasista con tendencia a la fragmentación de los sectores que conforman el bloque popular, pero también fragmenta y polariza, quizás aún en mayor medida, a la propia burguesía, porque la forma fundamental de reproducción del capital es la expropiación de unos capitalistas por otros.

Dada la tendencia a la concentración y universalización del capital, hoy podemos afirmar que los "estamentos medios" de la "sociedad global" contemporánea no son solo la pequeña y la mediana industria tradicional, sino también empresas que son consideradas grandes para los estándares del llamado Tercer Mundo, pero sin comparación alguna con el poder de los grandes monopolios transnacionales que necesitan copar sus mercados para garantizar su propia reproducción ampliada. Proyectada ahora a escala universal, se trata de una situación análoga a la analizada en el Manifiesto del Partido Comunista cuando se refiere a los "estamentos medios" que: "caen gradualmente en las filas del proletariado"; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve depreciada ante los nuevos métodos de producción". Cabe, por tanto, rescatar la esencia del análisis marxista para evaluar cuándo los "estamentos medios" del capitalismo contemporáneo pretenden "volver atrás la rueda de la historia" y cuándo se convierten en aliados potenciales del bloque popular. No existe sobre este aspecto medular una respuesta única e inmutable: esa lectura política es necesario replantearla, una y otra vez, en cada coyuntura y en cada lugar.

La Política de alianzas de la Revolución Cubana.

Por la senda de José Martí transita Fidel Castro Ruz en La historia me absolverá cuando realiza una radiografía de la sociedad cubana de mediados del siglo XX y establece las bases para una política de alianzas, abarcadora, integradora y unitaria de todos los sectores socio clasistas entonces oprimidos y explotados -obreros, campesinos, desempleados, pequeños propietarios, profesionales, intelectuales, analfabetos, blancos, negros, chinos, mestizos, católicos, protestantes, hombres, mujeres, jóvenes, ancianos y otros-, política de alianzas que no solo condujo al triunfo de la Revolución Cubana, sino que le sirve para mantener la más amplia y sólida unidad de todo el pueblo, condición indispensable para sortear las múltiples agresiones y escollos que se le han interpuesto en el proceso de construcción del socialismo.

El enfoque abarcador, integrador y unitario de la Revolución Cubana fue el que guió el proceso de transformación de la alianza en unidad y de la unidad en fusión y síntesis de las organizaciones que lucharon contra la tiranía de Fulgencio Batista, el Movimiento "26 de Julio", el Partido Socialista Popular y el Directorio Estudiantil "13 de Marzo", aliadas primero en las Organizaciones Revolucionarias Integradas, aglutinadas después en el Partido Unido de la Revolución Socialista y fundidas y sintetizadas, a partir de 1967, en el Partido Comunista de Cuba, que es hoy el partido único de la nación cubana, no por omisión o exclusión de otras fuerzas políticas democráticas, populares, progresistas y revolucionarias, sino como resultado de la más amplia, profunda y sólida convergencia política e ideológica.

Por la senda de José Martí transita también la política exterior de la Revolución Cubana desde el 1ro. de enero de 1959, dirigida a promover la convergencia, la unidad y la integración de las naciones, pueblos, fuerzas políticas y movimientos populares de todo el mundo, sobre la base de una plataforma antiimperialista, de defensa de la soberanía, la autodeterminación y la independencia, que constituye el punto de partida para el diseño y ejecución de cualquier estrategia orientada a alcanzar el desarrollo económico y social sustentable, con verdadero sentido de justicia y equidad. Con ese objetivo en mente, la Revolución Cubana: 1)estimuló -en su momento- el acercamiento y la colaboración entre la Unión Soviética y demás países socialistas y las fuerzas democráticas, progresistas y revolucionarias del "Tercer Mundo", destinado a fomentar el beneficio mutuo derivado de la interacción de dos vertientes fundamentales del movimiento popular de la segunda mitad del siglo XX; 2) desempeña un papel activo en el Movimiento de Países No Alineados y otros organismos y conferencias representativos del mundo subdesarrollado, en los que se aprecia la agudización de las contradicciones derivada de la crecientemente voraz acción política, económica y militar de un imperialismo; 3) amplía y profundiza sus relaciones con las más diversas fuerzas políticas y movimientos populares del planeta, y 4) mantiene -en correspondencia los requerimientos de cada momento histórico- una indeclinable política internacionalista.

Batallas como la campaña por el no pago de la deuda externa, el combate a la globalización neoliberal y la promoción de la globalización de la solidaridad y, más recientemente, el estímulo brindado al movimiento continental contra el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), constituyen ejemplos de la visión abarcadora, integradora y unitaria de la Revolución Cubana, que parte de la identificación de las contradicciones nacionales y socio clasistas del mundo de entre siglos, agudizadas en grado extremo por el carácter excluyente y polarizador del capitalismo monopolista transnacional. Con esa misma vocación, Cuba incorpora a su batalla de ideas la lucha contra el incremento de la agresividad del imperialismo que, escudado en los actos terroristas del 11 de setiembre del 2001, desata una cruzada belicista contra las naciones, fuerzas políticas y movimientos populares que se enfrentan a su dominación. Es esta la vocación la que impulsa a la Revolución Cubana a brindarle una atención prioritaria a espacios como el Foro de Sao Paulo y el Foro Social Mundial, que constituyen laboratorios de ideas y acciones en los que se diseña y se someten a prueba la política de alianzas que habrá de rendir fruto a las fuerzas políticas y populares del mundo en el siglo XXI.

La fórmula que el Partido Comunista de Cuba propone para el éxito de la política de alianzas de la izquierda marxista es la concepción de las alianzas como un primer paso hacia la convergencia, la unidad, la fusión y la síntesis de las reivindicaciones, necesidades, aspiraciones e intereses de todos los sectores socio clasistas oprimidos y explotados, es decir, no como una simple y circunstancial coalición electoral en la que distintos factores "negocian" el intercambio de apoyos recíprocos para la consecución de sus respectivos intereses particulares -algo que conduce a contradicciones sobre el camino a seguir y, eventualmente, provoca la ruptura de la alianza-, sino como el inicio de un proceso estratégico, concebido a largo plazo, de construcción de consensos y elaboración de un programa común de gobierno, que no solo enfrente, sino que revierta las secuelas del neoliberalismo, cuya continuidad y resultados estén garantizados por la más amplia y democrática participación y representación de todos esos sectores en su ejecución. Las formas organizativas que adopte este proceso estarán determinadas por las condiciones en que se desarrolla la lucha de cada pueblo, ya sea de uno o varios partidos, un movimiento, un frente, una coalición o una alianza, de la cual se dote a sí mismo el sujeto social revolucionario para emprender ese difícil, pero ineludible camino hacia la unidad.

En América Latina, en los inicios del siglo XXI, la política de alianza de los partidos comunistas y otras organizaciones marxistas tiene un amplio radio de acción en temas como la defensa de la soberanía, la independencia y la autodeterminación nacional, la promoción de una verdadera integración y unidad regional en función de los intereses de los pueblos, la reversión del proceso de apertura, desregulación, privatización y extranjerización de signo neoliberal y la oposición a la guerra y los intentos de criminalizar las luchas populares. Un buen punto de partida en la construcción de nuestras alianzas es la batalla contra el ALCA, que encarna los peores designios anexionistas del imperialismo norteamericano.

Notas:

1 Con palabras del primer secretario del Partido Comunista de Cuba, Fidel Castro Ruz, las empresas monopolistas transnacionales "representan la síntesis más perfecta, la expresión más desarrollada del capitalismo monopolista en esta fase de su crisis general" y, por tanto, "son las portadoras internacionales de todas las leyes que rigen el modo de producción capitalista en su fase imperialista actual, de todas sus contradicciones, y son el mecanismo más eficiente con que cuenta el imperialismo para el desarrollo e intensificación del proceso de supeditación del trabajo al capital, a escala mundial". Fidel Castro Ruz. La Crisis económica y social del mundo, Ediciones del Consejo de Estado, La Habana, 1983, p. 153.

2 Carlos Marx y Federico Engels. "El Manifiesto del Partido Comunista". Obras Escogidas en tres tomos. Editorial Progreso, Moscú, 1972, t. 1, p. 120.

3 "Los estamentos medios -el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino-, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la historia. Son revolucionarios únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonaron sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado".

4 Ibíd.

5 Ver Prefacio a la segunda edición rusa (de 1882) del Manifiesto del Partido Comunista, Ibíd., pp. 101-102.

6 Ibíd., p. 118.

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Qué es hoy ser de izquierda IV y final

jueves, 25 de junio de 2009

¿Qué es hoy ser de izquierda ? IV y final

Por Darío L. Machado Rodríguez

La izquierda tiene que ser creativa y actuar

El pensamiento revolucionario de la izquierda anticapitalista tiene que estar acompañado de la acción. Una “izquierda” que solo piense y enarbole argumentos y puntos de vista, pero no practique políticamente, no corra riesgos, quedaría en la contemplación de los problemas y, de hecho, sus puntos de vista estarían lastrados por la falta de comprobación práctica, además de resultar poco o nada útiles a la sociedad y las más de las veces contraproducentes.

De nada sirve llenar cuartillas y gastar tiempo, haciendo revoluciones en el papel o en el discurso. El vínculo entre el pensar y el hacer constituye un principio de la existencia de la izquierda como fuerza del cambio.

Aquí se trata del carácter del movimiento social, no de enarbolar nombres o proclamarse “de izquierda”, sino del reconocimiento de la existencia de intereses raigalmente opuestos en el mundo de hoy, que exigen deslindar propósitos, explicar alternativas, construir objetivos que se conviertan en líneas de acción y actuar en consecuencia, acumular la experiencia, tanto del éxito como del fracaso, y seguir adelante. La derrota se convierte en experiencia solo si se continúa la lucha.

Cuando se habla de construir sentidos y de trazar finalidades de la lucha, no se está aludiendo a ningún programa en específico, ni a un modo determinado de concebirlo. Por ejemplo, las condiciones del mundo de hoy convierten en una finalidad revolucionaria el rescate de la soberanía, el rescate de las riquezas, la defensa de la cultura y la identidad nacional, propósitos elementales todos que permiten incluir dentro del concepto de pueblo y gestores del cambio a sectores que muy probablemente no compartirían propósitos ulteriores más profundos.

Sin embargo, son muchos los dogmas que el capitalismo ha sembrado en la conciencia de la población, los esquemas mentales que hacen entender sus señales y estereotipos de modo casi automático y que deben ser objeto de la batalla de ideas que tiene que enfrentar la izquierda.

Conceptos actuales como los de Estado de derecho, derechos civiles, derechos humanos, libertad, democracia, política, etc., constituyen para la izquierda objeto primario de abordaje revolucionario, de pensamiento crítico, de esclarecimiento de su torcida interpretación por los aparatos ideológicos de la dominación capitalista.

Eso implica para la izquierda un reto, el de ser renovadamente creativa, debe autoconocerse mejor, reconstruir su autoestima, sobre la base del reencuentro entre la militancia revolucionaria y la cotidianidad de la sociedad, para eso no tiene otra opción que salir del laberinto de sus propios mitos, de sus errores y esquemas mentales.

La creatividad siempre implica una ruptura con lo anterior, pero también una continuidad. Ser creativo es ser uno mismo y diferente a la vez. La creatividad es la negación del sometimiento a la rutina, al conocimiento alcanzado, pero no vigente; para la creatividad resulta imprescindible el optimismo, la confianza en el pueblo, el repudio a la soberbia que conduce inevitablemente al aislamiento y la soledad. La creatividad no puede ser autosuficiente, porque solo puede nacer de la realidad que existe, las personas sí, los individuos sí, porque los comportamientos humanos pueden estar guiados por desviaciones, hijas de la ignorancia y los malos hábitos.

Solo en un estrecho vínculo con la sociedad, puede la izquierda encontrar el camino de la creatividad. Aun en medio de la maleza a veces implacable de las costumbres corruptas que anidan en la propia población como resultado de largas décadas de enturbiamiento de las conciencias, es posible encontrar un hilo conductor para reinventar el tejido popular consciente en las nuevas condiciones.

Lo primero para ello es que cada quien con conciencia anticapitalista, con conciencia de izquierda, sea capaz de desembarazarse de sus propios fantasmas, de sus propios ariques y encontrar lo nuevo, aprender de ello y transformarse a sí mismos junto con todos.

La izquierda en su expresión cotidiana, esto es, las personas conscientes de su posición anticapitalista y las más diversas formas de asociación e integración de estas para luchar contra ese sistema, deben integrarse al máximo en los espacios prepolíticos o antepolíticos para vivir desde la cotidianidad su propia experiencia de lucha. No pocas veces la mayor debilidad de las izquierdas en el pasado siglo y todavía hoy estriba en ofrecer un mundo tan inalcanzable como ininteligible para los demás, no porque los demás sean ignorantes, sino porque esa izquierda ha sido ignorante, no ha sabido explicar ni explicarse a sí misma los caminos de los sentimientos humanos.

Lo anterior implica poner en un primer plano para todos el objetivo de la formación política, que toca a todos los revolucionarios. Una formación que debe ser en sí misma creativa en todos los órdenes, tanto en sus contenidos como en las formas de hacerse.

Lamentablemente, no pocas veces se asume la formación política como más de lo mismo, como repetición de lugares comunes, con el empleo de un lenguaje en desuso, como si nada en este mundo hubiera cambiado. Obviamente, las nuevas generaciones, quedan fuera con tales conceptos y prácticas. La creatividad de la izquierda implica constituirse en un foco de atracción para las personas, particularmente para la juventud.

La izquierda tiene que unir la creatividad a la alegría. La izquierda debe ser alegre porque le sobran razones para el optimismo histórico; el tono hierático y grandilocuente explicable y aceptable en muy escasas coyunturas históricas, no puede ser el estilo de comunicación de la práctica política de la izquierda.

La responsabilidad de cualquier movimiento sociopolítico que se reconozca de izquierda para con la sociedad en la que actúa implica la necesidad de verse en su realidad cultural como un ente requerido constantemente de renovación, a partir de su propia realidad le corresponde encontrar caminos para enfrentar con éxito el capitalismo tardío, caminos en los que lo nacional y lo internacional están hoy indisolublemente vinculados.

La izquierda es internacionalista por definición

Enfrentar al capitalismo tardío es una tarea de doble vía, es un problema nacional, pero simultáneamente es la expresión concreta de la crisis de un sistema mundial. Nadie puede avanzar en el mundo de hoy en el aislamiento total, nadie es autárquico ni económica ni políticamente.

La lógica internacionalista de la lucha contra el capitalismo es correspondiente con la realidad internacional del sistema, cuya voracidad no ha dejado prácticamente espacio donde no haya penetrado con sus reglas y ambiciones.

Lo que ha ocurrido en el mundo, luego de la desaparición del equilibrio bipolar, ha sido el reforzamiento de las formas institucionales globales de dominación de los poderes nortecéntricos. Las articulaciones de los centros de poder del primer mundo capitalista a través de reuniones de sus representantes gubernamentales, las internacionales liberales y socialdemócratas, la Unión Europea, la OMC, la expansión de la OTAN, la dominación mediática, el renacimiento de la IV Flota y muchas otras formas, contrasta con la aún escasa articulación de las fuerzas anticapitalistas.

Ante esta realidad, renunciar al internacionalismo significa abandonar el terreno estratégico de la lucha anticapitalista.

El principio del internacionalismo es para la izquierda un imperativo ético y político nacido de la realidad elemental que entraña la necesidad del apoyo mutuo; no es un principio imponderable, etéreo, sino necesario en el sentido más auténtico de la palabra. La solidaridad internacionalista es un propósito que da contenido a la lucha y se construye como uno de los sentidos de esa lucha, ante todo por su carácter de condición sine qua non para el éxito.

De hecho, hoy resulta muy difícil cuando no imposible lograr objetivos básicos de liberación, como la recuperación de las riquezas en manos de las transnacionales, o condiciones elementales para el desarrollo, sin avanzar en la cooperación e integración regional cada vez más plena, en el multilateralismo y en otras formas de cooperación internacional e integración regional. incluyendo eventualmente la integración política.

En la lógica de una estrategia revolucionaria, las posiciones de izquierda irían contra natura si no fuesen cada vez más internacionalistas. Lo anterior implica comprender dónde están los enemigos verdaderos de los pueblos y sin perder el fiel de esa brújula proyectar su estrategia de conocimiento de la realidad y de actividad sociopolítica transformadora.

A modo de “cierre” de lo que no puede ser “cerrado”.

He intentado explicar siete rasgos o características que pueden contribuir a conceptuar lo que hoy debemos entender por “ser de izquierda”. Sobra decir que todos son rasgos estrechamente vinculados entre sí, que se complementan mutuamente, pero que pueden ser diferenciados para contribuir a esclarecer la estructura del concepto que he querido esbozar.

Considero oportuno también recalcar al final de estos artículos la intención de contribuir a la elaboración de un mejor enfoque metodológico para el análisis, no para establecer diferenciaciones sectarias en política. Una cosa es la caracterización de una tendencia, como concepto general, otra los postulados y las acciones concretas de tal o cual expresión política orgánica.

La crítica obligada y necesaria de los errores del socialismo y de la izquierda como tendencia política, particularmente durante el siglo XX, pero también ahora, en modo alguno puede conducir a vaciar de contenido teórico el accionar político del enfrentamiento al capitalismo hoy globalizado y sostenido por los poderes nortecéntricos con una orientación neoliberal y la imposición de un pensamiento único, a lo cual se resisten masas cada vez más amplias de seres humanos. No puede oponerse al pensamiento único otro pensamiento único, pero tampoco puede vencerse al capitalismo sistémico, articulado mediante numerosos instrumentos económicos, financieros, comerciales, políticos, jurídicos, ideológicos, psicológicos, mediáticos, militares, sin una concepción también sistémica, sin una teoría del cambio, parte de la cual es también el estudio y conocimiento de las características de las fuerzas sociales que lo enfrentan.

Claro está, en el terreno de lo que debe comprenderse hoy como “ser de izquierda” no hay un punto final. Podría eludirse el debate sobre las posiciones, sobre el análisis de lo que significa hoy ser de izquierda, con el argumento de que ello provocaría obligadamente un enfoque sectario y traería la división. Ojalá el problema del sectarismo, tan vinculado con el egoísmo y la soberbia, con la tozudez y el engreimiento humano tuviera su solución con el silenciamiento de una discusión.

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Qué es hoy ser de izquierda III

Qué es hoy ser de izquierda III

Por Darío L. Machado Rodríguez

La izquierda no puede ser sectaria

Uno de los más graves errores cometidos por la izquierda en el pasado siglo ha sido el espíritu sectario, el considerarse algunos “la” vanguardia, el asumir que o se está con uno o se está contra uno. Tal punto de vista, muy difundido en el espectro mundial de la izquierda en el siglo XX, fue causa de divisiones, de pérdidas de energía y tiempo en discusiones muchas veces estériles, de falta de transparencia y de freno al conocimiento real de los problemas.

El velo que impuso a muchos sectores de izquierda el rechazo a nuevos argumentos, simplemente porque no se correspondían con los dogmas asumidos por unos u otros, impedían ver con claridad las motivaciones de aquellos sectores que también buscaban su espacio en la lucha contra el capitalismo. La izquierda soberbia que se autoproclamaba la meca del cambio revolucionario no aceptaba ella misma cambiar.

Esa visión dogmática y sectaria impedía ver a los demás como lo que realmente eran, los nuevos enterradores que le habían nacido al capitalismo como resultado de sus propias y para éste insolubles contradicciones, y los veían muchas veces como sectores “que le hacían el juego al capitalismo” o, en el mejor de los casos, como advenedizos equivocados. En lugar de comprender la posición social de esos sectores, sus motivaciones, su situación real, sus necesidades y su interpretación de los problemas, recibían el rechazo por la opinión diferente, produciéndose roces y enfrentamientos que laceraban la necesaria articulación de fuerzas y dejaban heridas muchas veces difíciles de sanar.

Aquel proceder, lejos de multiplicar la labor de aquella izquierda, lo que hizo fue debilitarla. El querer alzarse con una única verdad, convirtió a ésta en absoluta, en consecuencia, acabada y total, incapaz de desarrollo y enriquecimiento, cerrada para comprender eficientemente los cambios. Y la correcta comprensión acerca de los cambios que se han producido y producen en el mundo es arma principal en el arsenal político de la izquierda.

No ser sectario resulta hoy, no simplemente “una posición política correcta” sino una necesidad de la propia lucha, lo fue ayer, pero lo es mucho más hoy y lo será cada día más. La lógica de esa necesidad estriba en las características propias del capitalismo tardío, en la dispersión, la desestructuración social que sus prácticas entrañan.

La homogeneización de los seres humanos que impone el capitalismo tardío implica una atomización de la gente frente al mercado, un extrañamiento de unos y otros, articulados cada vez más solo por el mercado omnipotente, por donde todos tienen que pasar, en el que junto a los marginados y excluidos del mercado hay un movimiento consumista febril que está deteriorando crecientemente el equilibrio medioambiental y el equilibrio emocional de las personas. La crisis del sistema es evidente, pero su superación ya no será con un esquema vanguardista – uniclasista, sino multiclasista, incluyente, colectivista, participativo, profundamente democrático y horizontal.

La izquierda debe ser ética

La transparencia es aliada de la izquierda. Si alguien tiene que mentir, disfrazarse con pseudoargumentos, esas son las fuerzas del conservadurismo, las de la derecha. La izquierda debe ser siempre consecuente en su actuación con lo que piensa y proclama. La ética de las convicciones solo se prueba en la práctica política.

Por ello -como asegura Fidel Castro- el socialismo es la ciencia del el ejemplo. Se trata entonces para decirlo con palabras de Isabel Rauber, de “transformarnos para transformar”. Ello implica que la construcción sistemática del nuevo mundo comienza desde dentro mismo del movimiento revolucionario, desde la actuación de cada uno de sus integrantes, comienza con la construcción de un nuevo tipo de relaciones dentro del propio movimiento que constituyan prácticas alterativas, comportamientos diferentes que transmitan la nueva ética que debe regir el comportamiento desde las cotas de poder que se vayan conquistando en la lucha.

Altruismo, colectivismo, tolerancia, democracia, diálogo, persuasión, educación, humanismo, solidaridad, justicia, igualdad, deben ser valores que constituyan la axiología del revolucionario, la estimativa de la izquierda. Igualmente, su capacidad para aprender solo puede estar asegurada por la necesaria modestia, la izquierda no puede ser soberbia; ella debe reconocer el derecho al error y a la rectificación, de igual manera también al acierto donde quiera que este esté y la difusión de la experiencia y, en cualquier caso, el aprendizaje.

Finalmente, la ética de la izquierda tiene que identificarse con prácticas totalmente diferentes de las habituales del poder que quiere desplazar, sustituir. En consecuencia, la izquierda no puede ser arbitraria, ni impositiva, ni verticalista, ni autoritaria. La nueva ética del poder revolucionario tiene que nacer con prácticas, estilo y métodos raigalmente diferentes de los practicados por el capitalismo y por los anteriores ordenamientos sociales fundados en la propiedad privada, el individualismo y el egoísmo. Estas prácticas deben ser naturalmente revolucionarias, a ello nos referiremos a continuación.

La izquierda debe ser por definición revolucionaria

Ser “de izquierda” significa ser revolucionario. Ser revolucionario implica una actitud activa frente a la necesidad del cambio, una actitud consecuente con la necesidad de transformar el mundo. Una izquierda que se autoproclame tal, pero en los hechos no actúe en dirección al cambio, no puede considerarse “izquierda”, será presa del conservadurismo, no será revolucionaria. En política ser es hacer. Ser de izquierda es hacer la revolución.

Aquí no estoy, por supuesto, asumiendo un único modo de hacerla, por el contrario, las vías, modos, plazos, objetivos estratégicos y tácticos, abren un amplio y abigarrado espectro de variantes, tan amplio como condiciones históricas concretas haya en la multiplicidad de realidades culturales políticas que existen en constante movimiento y cambio el mundo de hoy. El sistema capitalista padece de un evidente agotamiento, pero sigue siendo un sistema vivo. Hacer la revolución es el modo de demostrar en la práctica su agotamiento, aunar conciencias para acelerar su superación. Es la única posición verdaderamente anticapitalista, por ello pasa a ser fundamental el propio concepto de revolución.

Hoy se ha extendido y globalizado el capitalismo monopolista transnacional, y la sociedad humana es en su conjunto una clara demostración de su desarrollo desigual. Ningún país donde se haya iniciado una revolución socialista ha logrado instalar de modo irrefutablemente irreversible el socialismo. Sin embargo, la pregunta es si es posible mantener el rumbo socialista en un determinado país y eventualmente por cuánto tiempo sin que exista un movimiento mundial generalizado de superación del capitalismo. Las respuestas definitivas a esas preguntas solo puede darlas la historia, sin embargo, ejemplos como el de la revolución cubana, demuestran que es posible mantener un rumbo de transformaciones de signo socialista, aún en medio de la creciente complejidad de la sociedad humana actual. Para ello es imprescindible mantener la actividad revolucionaria transformadora con un sentido de integralidad y con toda la flexibilidad posible según lo exijan las circunstancias.

Fidel Castro ha sintetizado el concepto de revolución, que a continuación transcribo por su importante significado actual para el enfrentamiento al capitalismo. Este se inscribe en la tradición práctico transformadora del marxismo, y constituye en esa dirección un importante referente para la izquierda en la actualidad.

Revolución –dijo Fidel Castro el 1ro de mayo de 2005 en la Plaza de la Revolución en Ciudad de La Habana- es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado, es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.

En consecuencia, situarse a la izquierda y ser de izquierda es situarse en todo momento del lado del progreso social. De esta suerte, la izquierda tiene que ser por definición también ajena a todo burocratismo, opuesta a todo lo que frene las necesarias soluciones de continuidad a los problemas de la sociedad. Tiene que interiorizar el carácter efímero del Estado desde que se esté cumpliendo el deber de fortalecerlo para asegurar las tareas socialistas. Tiene, en consecuencia, que concebir al poder como un instrumento colectivo de la transformación revolucionaria de la sociedad, y en ningún caso como un fin en sí mismo, lo cual significaría imitar las prácticas habituales del poder político del capitalismo.

La izquierda, por tanto, tiene que estar siempre dispuesta al cambio, a comprender los problemas nuevos y buscar y encontrar las soluciones nuevas que reclaman. Debe ser creativa y actuar, a eso me referiré en el próximo artículo y final.

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Qué es hoy ser de izquierda II

¿Qué es hoy ser de izquierda ? II

09/08/2008

Por Darío L. Machado Rodríguez

La izquierda debe ser científica

La actitud revolucionaria ante la sociedad no puede ser dejada a la espontaneidad ni puede ser un simple asunto de fe o de tener construidos sentidos de la vida a partir de presupuestos falsos, tiene que ser, sobre todo, consciente, como igualmente consciente es la acción del capitalismo para contrarrestar las fuerzas del cambio.

Una de las luchas fundamentales que plantea el enfrentamiento actual contra el capitalismo estriba precisamente en la necesidad de recuperar una visión científica, que contribuya a elucidar los nexos existentes en el proceso social hoy visto de modo desestructurado, fragmentado, convertido en infinitos micromundos, sin relación entre sí, tan pulverizados que muy frecuentemente un trabajador, sin otra propiedad que su capacidad de trabajar, encuentra hoy más razones para enfrentar a otro igual que él, en las mismas condiciones sociales ante los dueños del poder económico, que para identificarse ambos.

Si no se encuentra la explicación científica de realidades como la arriba descrita, si no se estudian los procesos que han dado lugar a la crisis civilizatoria que hoy afecta tanto las conciencias y las actitudes de las personas, si no se comprenden las estructuras socioeconómicas y políticas vigentes que han logrado hoy los niveles de dominación que exhibe el capitalismo tardío, tampoco se podrá trabajar en la concertación de voluntades, en la concienciación de la gente.

Al desaparecer virtualmente los nexos reales, desaparecen también las explicaciones lógicas. Nada más conveniente a la ideología del mercado, se queda sola en el cuadrilátero y tiene al árbitro de su parte.

La batalla de ideas requiere de un arsenal de ideas, pero estas no pueden salir de una construcción arbitraria de sentidos para la vida, sino de una construcción de sentidos que se base en los procesos reales, que parta de la caducidad social y de la perversidad del capitalismo tardío, las desnude, pruebe el daño actual y futuro que ese sistema hace a la humanidad en su conjunto y para sus realidades culturales diversas y fundamente los programas de acción.

La visión científica acerca del capitalismo que aportó el marxismo, sigue siendo hoy el mejor punto de partida para reconstruir su crítica, pero la visión de Marx era una visión integral, no puede, por tanto, so pena de caricaturizarla, tomarse por pedazos según la conveniencia. El carácter científico del enfoque marxista de la sociedad es precisamente integral por su esencia. Marx descubrió las contradicciones fundamentales de la sociedad capitalista y puso en manos de los seres humanos un camino totalmente terrenal, científico, para cambiar las cosas.

La ciencia no puede nacer de otro lugar que no sea de la relación hombre – naturaleza, las ciencias naturales, explica Marx, “...perderán su tendencia abstractamente material –o más bien, idealista- y se convertirán en la base de la ciencia humana, así como se han convertido ya en la base de la vida humana real, aunque en forma alienada.”

Estas consideraciones las hace Marx a partir de su análisis del papel de las ciencias naturales en el desarrollo de la industria. En realidad, la industria aparece como una realización histórica de la relación hombre – naturaleza, y las ciencias naturales que han desarrollado la industria, como un factor de transformación de la vida humana. ¿De dónde puede producirse la ciencia sino es de la realidad, de la naturaleza y de la segunda naturaleza en su constante interacción con los seres humanos en tanto individuos y grupos sociales? La propia segunda naturaleza, es la cultura propiamente dicha y esta es objetiva respecto de los individuos, que nacen y se desarrollan interactuando con la naturaleza mediados por esa segunda naturaleza. El material científico, en tanto sistematización, conocimiento de la realidad, tiene como origen a la naturaleza propiamente dicha y a la segunda naturaleza, ambas identificadas por su materialidad como rasgo esencial y determinante. Por eso Marx prosigue:: “Una base para la vida y otra base para la ciencia es una mentira a priori.

La creciente complejidad de la humanidad y de las sociedades humanas en todo el planeta, la enorme profusión de conocimientos, su relativa independencia de la realidad de la cual nace, la especulación con lo ya sabido, la imaginación que puede conducir a numerosas conclusiones erradas, en capacidad de conquistar mentes humanas e incidir en la realidad social, constituyen el medio en el que debe desenvolverse el conocimiento científico, en el que debe realizar su finalidad práctica.

Las ciencias del hombre, las ciencias de la sociedad, también. “La naturaleza que se hace historia humana –la génesis de la sociedad humana- es la verdadera naturaleza del hombre;...”, escribe Marx, de ahí también concluye que solo cuando la ciencia procede de la naturaleza es verdadera ciencia.

En consecuencia, una visión revolucionaria del mundo, si es consciente o pretende ser consciente, tiene que ser también científica, tiene que explicar la sociedad con argumentos sólidos, con base real, capaces de concitar voluntades, de lograr la racionalidad práctica que permita poner fin a la dominación capitalista. Otra es la discusión –aunque vinculada a lo anterior- respecto al proceso del conocimiento científico, de los elementos que deben integrarlo, del modo en que se debe construir ese conocimiento, de los métodos, y del modo con el que pedagógicamente deben compartirse los conocimientos colectivamente obtenidos, pero eso en nada cambia la esencia de la historia, como parte del proceso de la naturaleza: “La historia misma es una parte real de la historia natural: de la naturaleza que viene a ser hombre, lo mismo que la ciencia del hombre incluirá a las ciencias naturales; habrá concluye lapidariamente Marx- una sola ciencia.”

No hay espacio en este artículo para un análisis exhaustivo del pensamiento de Marx sobre el tema, pero vale la pena reproducir finalmente otras líneas de los Manuscritos que expresan el vínculo marxista de teoría y práctica, de ciencia y ética, ”Puesto que para el hombre socialista toda la llamada historia universal no es sino la procreación del hombre a través del trabajo humano, nada sino el devenir de la naturaleza para el hombre, él posee la prueba visible, irrefutable de su nacimiento a través de sí mismo de su proceso de llegar a ser. Puesto que la existencia real del hombre y la naturaleza se ha hecho práctica, sensorial y perceptible –puesto que el hombre se ha hecho para el hombre como el ser de la naturaleza, y la naturaleza para el hombre como el ser del hombre- la cuestión del ser alienado, acerca de un ser por encima de la naturaleza y del hombre –una cuestión que admite la insubstancialidad de la naturaleza y del hombre- se ha hecho imposible en la práctica.”

Ciertamente, la ciencia de Marx se inscribe en el dominio de las certezas; en su lógica histórica la revolución que finalmente transformaría la sociedad la vio como el resultado inevitable del desarrollo capitalista, en ese continuum contradictorio aparecería la negación de la negación. Más allá del debate acerca de la causal y lo casual, de lo necesario y lo contingente, los argumentos de partida de Marx, explicados básicamente en los Manuscritos, tienen, a mi modo de ver, una indiscutible vigencia.

De los tiempos en que Marx estudió la sociedad capitalista hasta nuestros días, muchas cosas han cambiado, pero la esencia del capitalismo se mantiene en su fase tardía, sus rasgos esenciales siguen siendo: la propiedad privada, la explotación del hombre por el hombre, el egoísmo, el predominio de la ley de la ganancia, la violencia económica y extraeconómica y las guerras.

Los argumentos de la izquierda no pueden ser hoy, como tampoco ayer, improvisados, superficiales, místicos ni míticos. Tienen que ser racionales, científicos, claros, explicables. La mística posible de una izquierda tiene que nacer de su capacidad real de conquistar las conciencias con las verdades que construye y las conquistas que se alcanzan en el devenir de su lucha.

En otras palabras, la unidad de pensamiento y acción, incluye como elemento fundamental el pensamiento científico. Si la finalidad es la transformación de la sociedad capitalista, entonces hay que pensar las vías y modos, que serán los más disímiles en condiciones históricas concretas de las diferentes existencias culturales humanas.

En el transcurso de la lucha revolucionaria confluyen con todo derecho en los objetivos de liberación social personas y grupos sociales de diferentes cosmovisiones, se producen alianzas estratégicas, numerosas articulaciones necesarias, coexisten diversas explicaciones del mundo, que generan interacciones sociales, expresiones culturales del más variado tipo, influencias e interinfluencias de diferentes calidades y duración, ninguna de las cuales puede eliminar la necesidad de la explicación científica de la realidad que trace caminos ciertos, que genere soluciones posibles, cuyo signo esperanzador nazca del argumento, no de la contemplación enajenada, no de una fe vana. La izquierda, revolucionaria, se identifica con la cientificidad y el laicismo.

Eso significa la capacidad de mostrar caminos para superar la explotación del hombre por el hombre, la propiedad privada, el individualismo, el egoísmo, la insensibilidad ante la naturaleza, definir y recrear sitemáticamente la estrategia y las tácticas de esa lucha. Esa labor imprescindible para el movimiento revolucionario es una labor colectiva, nadie puede, en medio de la creciente complejidad de la sociedad humana, pretender erigirse como un sabio universal, todos pueden y deben contribuir a construir ese saber de la revolución, pero si nadie se ocupa de eso, dentro de “la izquierda” ¿cómo se logrará aunar las voluntades para el cambio?, ¿cómo se logrará la integridad sistémica imprescindible para derrotar al capitalismo?. Es evidente que impulsar a la gente bajo consignas, con sentidos construidos sin asidero en la realidad o con prédicas de fe puede alcanzar para un tramo de la lucha, pero si no hay contenido científico, si no se tiene una perspectiva científica en ello, a la larga todo se diluirá y finalmente el favor se le hará al capitalismo, ese reto debe ser encarado, sin detrimento de la mayor participación colectiva, sino por el contrario con la mayor participación colectiva posible.

Precisamente una de las aristas del pensamiento neoconservador de hoy es (precisamente) aquella que anula el contenido, la existencia como necesidad, de las ideologías, cuya finalidad política particular es la anulación de la ideología revolucionaria, de los metarrelatos que den cuenta del carácter sistémico del capitalismo y expliquen sus contradicciones, así como los caminos de su superación.

La ideología del movimiento revolucionario se construye sobre bases científicas, su ética debe ser una ética de carne y hueso, que incluye la espiritualidad, pero no el esoterismo. En esa ideología revolucionaria confluyen inevitablemente diferentes sistemas éticos que comparten principios fundamentales deviniendo en la práctica una alianza histórica y estratégica debido a la indiscutible complejidad del proceso mismo de transformación de la sociedad; la propia ideología revolucionaria es una construcción dialéctica, histórica concreta, inacabada, es el sistema de ideas y valores que aglutina y orienta la acción, es la base de la eficiencia del esfuerzo transformador, su aprendizaje debe comprender todas las experiencias positivas, pero su eficiencia se fundamenta en el contenido científico de sus postulados, en el conocimiento de las realidades, saber colectivo que fundamenta la explicación eficiente del mundo cambiante que nos rodea, traza el camino del cambio y aporta las herramientas para su corrección.

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Qué es hoy ser de la izquierda I

¿Qué es hoy ser de la izquierda ? I

09/08/2008

Por Darío L. Machado Rodríguez

En realidad, la humanidad no demoró mucho en poner nuevamente sobre la mesa la discusión acerca de conceptos como “progreso”, “socialismo”, “izquierda”, “revolución” y otros que quedaron velados cuando no sepultados, luego de la desaparición del campo socialista de Europa del Este y la URSS como resultado de la victoria del mundo capitalista desarrollado en la llamada “Guerra Fría”. Y no demoró, porque luego de la euforia del pensamiento único, del brillo fugaz de teóricos como Francis Fukuyama, quedó el capitalismo con sus contradicciones insalvables y su darwinismo social, y una humanidad necesitada de alternativa ante la catástrofe; el “Fin de la Historia”, como escribió el intelectual cubano Eliades Acosta, no fue sino el fin de las teorías de Fukuyama.

La secuencia de artículos que me propongo publicar sobre el tema tiene la intención de ensayar una aproximación a responder la pregunta del título desde diversos ángulos o características. No es el caso repetir al inicio la conocida historia del surgimiento del concepto político de “izquierda”, pero sí decir que en la tradición de las luchas sociales de los siglos XIX y XX se generalizó y afianzó una interpretación, un código compartido: “a la derecha” estarían las fuerzas del conservadurismo, “a la izquierda” las fuerzas del cambio, “a la derecha” quedaba la reacción, “a la izquierda” la revolución, “a la derecha” estaba el retroceso, “a la izquierda” el progreso, a “la derecha” los capitalistas, “a la izquierda” los socialistas, etc.

Como que derecha e izquierda aluden inevitablemente a un posicionamiento en el espacio, no es difícil entender el carácter convencional y relativo de tales denominaciones. ¿A la derecha de qué o de quién?, ¿A la izquierda de qué o de quién?, pero el entendimiento universal, el hábito en la actividad social y política, entronizó un uso que no desbancó ni siquiera la desaparición de lo que la humanidad conoció como campo socialista europeo; acontecimiento que significó un viraje en la historia que también repercutió en los usos tradicionales de estos términos y derivó en no poca confusión.

Los artículos que siguen retoman el concepto en la tradición de su uso en el pasado siglo, pero con algunas precisiones para lo cual considero imprescindible, de entrada, diferenciar dos conceptos: “estar a la izquierda” y “ser de izquierda”. Esta precisión es netamente conceptual, está destinada a la metodología en el estudio y análisis de los procesos políticos y no tiene nada en común, como veremos con más detalle en los próximos textos, con el establecimiento de líneas divisorias, etiquetas, etc. para “diferenciarse” en el ejercicio de la actividad política entre los “poseedores de la verdad” y “los demás”. La finalidad es contribuir a captar los grados de enfrentamiento a la realidad del capitalismo tardío, estudiar los eslabones mediadores del movimiento anticapitalista.

Cuando un individuo, grupo organización política, rechaza, por ejemplo, el neoliberalismo y la acción depredadora de las transnacionales, se sitúa “a la izquierda” de esa realidad, pero para ello no necesariamente se es “de izquierda”. Un posicionamiento y accionar político de tales características identifica en un determinado grado a los que “están a la izquierda” con los que “son de izquierda” y obviamente juegan un papel histórica y políticamente positivo. De hecho, en las realidades de hoy ese “estar a la izquierda” resulta identificarse con muchas finalidades que están en el pensamiento y proceder revolucionarios.

Para el socialismo como propósito y salvación de la humanidad debe desarrollarse un pensamiento y una actividad concretas, cuya organicidad es compleja y diferenciada según las características específicas de la existencia actual del capitalismo.

El debate renovado acerca de la caracterización de la izquierda, es relativo, está sujeto -como todo debate sobre la sociedad- a determinantes históricas concretas. Estar “a la izquierda” puede significar hoy una cosa y mañana otra que presente determinadas características nuevas. Así, por ejemplo, sectores de empresarios medios que defiendan la recuperación de los recursos nacionales usurpados por las transnacionales se sitúan hoy indiscutiblemente en línea con posiciones de izquierda, aunque no compartan los propósitos estratégicos anticapitalistas.

Una definición de la “izquierda”, en el sentido de “ser de izquierda”, en una perspectiva histórica integral, estratégica, de largo plazo, debe en mi opinión incluir las cualidades de anticapitalista, científica, incluyente, ética, revolucionaria, activa y creativa e internacionalista. Estas cualidades o rasgos merecen ser explicados, lo cual me propongo en este y en los artículos que siguen y que cierran con una reflexión acerca del carácter abierto del debate sobre el tema.

Ser de izquierda es ser anticapitalista

Luego de lo dicho en el artículo anterior, parecería una verdad de Perogrullo, decir que ser de izquierda es ser anticapitalista, pero hay aún no poca confusión y por ello vale reiterar que “estar a la izquierda” hoy no necesariamente implica una clara definición anticapitalista. Todo aquel que rechace el capitalismo neoliberal, todo aquel que se oponga a la dominación de las transnacionales, al saqueo de los recursos materiales y humanos de las naciones menos desarrolladas por parte de las desarrolladas, todo aquel que se oponga a las guerras imperialistas de rapiña se situará en algún punto “a la izquierda”, pero “ser de izquierda” implicará estar en contra de la explotación del hombre por el hombre, del egoísmo que genera la propiedad privada, implica la conciencia de la necesidad de superar integralmente el sistema capitalista.

El capitalismo existe hace más de 500 años. En su devenir ha acumulado experiencias acerca de cómo superar sus crisis, aun a costa de la naturaleza y de la salud física y mental de la humanidad, su superación es una necesidad, pero no se producirá sin la acción en su contra. Las posiciones de izquierda y sus acciones tienen que ser claramente, argumentadamente anticapitalistas, de lo contrario podrá tratarse de una posición “a la izquierda”, pero no “de izquierda”, será una posición “más a la izquierda” del neoliberalismo, pero “a la derecha” de la “izquierda” definidamente anticapitalista, aunque se autoproclame por ejemplo, de “centro”. Las formas que velan lo que podríamos llamar “insuficiencia anticapitalista” de algunos posicionamientos sociopolíticos autodenominados “de izquierda” son diversas. Muchos se autocalifican por ejemplo de “centroizquierda”, otros como “socialistas democráticos”, pero como escribió en una ocasión Lenin, a los movimientos políticos hay que valorarlos por lo que hacen no por lo que dicen, los hechos concretos resultan el principal indicador de sus motivaciones verdaderas.

Por lo tanto, aunque estoy empleando calificativos en uso a manera de ejemplo, me estoy refiriendo a los temas de contenido, no a las denominaciones. Los rótulos que asumen los movimientos sociales y políticos pueden ser más o menos logrados, eficientes para la comunicación, etc., pero para el estudio de las características de los movimientos sociopolíticos que reaccionan frente a la explotación y degradación del capitalismo tardío, frente a su esencia depredadora, sigue siendo definitorio lo planteado acerca de las políticas reales y los hechos políticos.

Por otra parte, el esclarecimiento de las definiciones, vale repetirlo, no implica sectarismo alguno, oposición a las alianzas, comprensión de las mediaciones imprescindibles, sino simplemente eso: una precisión política que persigue contribuir a comprender la complejidad de esos movimientos sociopolíticos, las transiciones al interior de éstos, su calidad en el sentido social filosófico de la palabra, una contribución a esclarecer la confusión con la que de modo perverso no pocas veces los sectores aliados al poder capitalista logran desviar las conductas sociales y políticas de sectores de la población que buscan hoy su redención.

Parte de los hechos políticos de una organización la constituyen su plataforma ideológica, su programa político, su lucha concreta. Ello requiere un enfoque riguroso de la realidad social, que no excluya todo lo contingente inherente a la riqueza de los procesos sociopolíticos, pero necesitada del examen riguroso del devenir social. La izquierda, por tanto debe ser científica, pero eso será objeto de un próximo artículo.



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